AGUJERITO.
Veo a mi Santa a través de este "agujerito" del cielo, un claro entre nubes que se retuercen como tripas, como esas que ves desde la ventanilla de un avión, cuando el mundo se reduce a manchas blancas y azules. La veo, sí, subir cargada con sus bolsas de la compra, arrastrando el peso de la vida cotidiana en cada paso. La escucho hablar, decirle a la Paulita que, desde que su hombre la tocó, ya no necesita que nadie más la toque. "Me tocaba muy bien", dice, con esa seguridad que solo da el placer bien entregado. "Muy bien. Tan bien que no hace falta que nadie más ponga sus manos donde él las puso. Fijo que no van a acordarse de todas las esquinitas, de todos los rinconcitos que él conocía tan bien".
Y la veo, con esa lentitud que parece desafiar el tiempo, avanzar hacia el segundo piso. Aún tiene las carnes prietas, aún lleva en los ojos ese brillo que delata algún deseo escondido, algún recuerdo que no se ha apagado del todo. Y yo la espero aquí, en este lugar donde el tiempo es infinito, denso, como un líquido que lo llena todo. La espero para acostarnos juntos, para empezar de nuevo aquella rutina inolvidable, tan irrepetible como necesaria.
Tanto azul. Tanta paz. Un silencio tan profundo que no puedo describir, que no necesita palabras. Solo existe, como existe ella, como existo yo, como existe este momento que se repite y se reinventa cada vez que la miro.
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