EL GAS.
Aquel dilema, como tantos otros, no cesaba de rondarme la mente.
--Sí. A veces me obsesionaba.
La distancia más corta entre dos puntos no es la línea recta, sino la curva. Así de simple. Y, sin embargo, allí estaba yo, sintiendo una claustrofobia inexplicable, sabiendo a ciencia cierta que el radio del universo era, milímetro arriba o abajo, diez elevado a siete años luz. Incluso su densidad, palpable, uno dividido por diez elevado a veintidós. Extrañamente, mis pensamientos elucubraban sin cesar, rumiando una y otra vez aquellas cantidades infinitas.
-Masticar pensamientos. Digerirlos. Y volver a masticar.
Ese día fue distinto, más intenso que los demás, que solían ser planos y largos.
Mis dudas habían comenzado alrededor del mediodía. Era ese estado en el que te detienes a pensar, luego prosigues, y de nuevo te paras a reflexionar. Estuve así unos diez minutos, algo que no era habitual en mí. Quienes me conocen saben que soy una persona decidida, que piensa las cosas lo justo y necesario. Pero aquel día no podía evitar darle vueltas al mismo asunto, sin encontrar solución alguna. Aquel dilema (llamémosle así) comenzaba a obsesionarme.
Me habían advertido que así es como se inician los conflictos internos, y que de allí a la desesperación hay solo un paso. Cuando el reloj marcaba las doce y diez, una idea congruente irrumpió en mi mente y decidí abandonar el intento. Cerré la llave del gas y abrí todas las ventanas. Fue una suerte que un mínimo cortocircuito no lo hubiera volado todo por los aires.
--Así es como sucedió, y así se lo cuento, Señor Comisario. No hay más vueltas que darle al asunto. Solo espero, con sinceridad, que no me vuelva a ocurrir pensar en cosas tan extrañamente grandiosas.
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