NOTICIA.

 


Después de un sueño sobresaltado, esperaba noticias sin saber a ciencia cierta si habría alguna acción o causa que justificase recibirlas. Yo estaba sentado, aguardando un gesto, un acercamiento a mi posición habitual de espera.

Aquella mañana soleada, tras horas de quietud, solo podía observar cientos de gaviotas enloquecidas por sus vuelos vertiginosos y una calle empedrada que, al fondo, dejaba entrever un trozo de mar en calma. Sabía que era el ambiente idóneo para recibir noticias, aunque ignoraba qué día debía suponer que fuera. El día, en realidad, era indistinto para recibir noticias buenas o malas.

A eso de las once, con el sol ya alto, mi sombra se había encogido. Ya no tenía la forma de una silla con un cuerpo reposando; era simplemente una mancha geométrica, un contorno difuso que apenas sugería mi presencia detrás de la ventana.

Fue entonces cuando comenzó el instante que os relato.

A esa hora, vi acercarse a un hombre ataviado con una gorra de plato, uniformado a pesar del calor. Subía renqueante, balanceándose de un lado a otro como si cargara un peso invisible, con un sobre en la mano. Podría haberse dirigido a cualquiera de los lugares adyacentes, pero los fue pasando uno a uno. Tuve el presentimiento de que, al venir por el centro de la calle, se dirigía irremediablemente hacia mí.

Lo que quiero contaros ahora —suponiendo vuestra inquietud— no es el contenido de la noticia, que para vosotros carecería de importancia. Lo que quiero relataros es mi estado de ánimo en esos instantes previos a su llegada. El tiempo transcurrido desde que tuve la certeza de que aquel hombre uniformado venía hacia mí con aquel sobre, hasta que estuvo a mi altura, fue una eternidad.

Jamás os desearé un estado de excitación semejante. Mi vientre jadeaba, un ligero temblor recorrió mi cuerpo, y mis piernas, cruzadas una sobre la otra, comenzaron a vibrar con un repiqueteo de tambor. Sentí esa urgencia visceral de defecar, como si un puño invisible retorciera mis entrañas, dándoles vueltas y más vueltas, con un dolor sordo y persistente.

No supe nunca por qué me embargó aquella excitación tan enfermiza.

Cuando llegó a mi altura, su cabeza quedó del lado del sol que me alumbraba. Posiblemente pronunció mi nombre, aunque no lo recuerdo con certeza. Extendió su mano para entregarme el sobre, y yo extendí la mía. Al darse la vuelta, observé su espalda encorvada, alejándose en un bamboleo inestable, como si arrastrara consigo el peso de aquel momento.

Por fin, la noticia había llegado. Pero, en ese punto, con mi cuerpo ya liberado de aquel nerviosismo inquieto, decidí permanecer con el sobre en la mano durante largo tiempo. Incluso después de que el sol hubiera pasado su cenit, seguía sentado en mi silla, viendo cómo el mar, ahora agitado, adquiría un color blanquecino que se tornaba gris en el horizonte.

Dentro de mí surgieron nuevas inquietudes y desasosiegos. ¿Qué hacer con la carta? ¿Abrirla para conocer la noticia o romperla y seguir como hasta ahora, a merced de mi imaginación, especulando con todas las posibilidades que aquel sobre podía encerrar?

Ciertamente, no sé qué hacer. Y aún permanezco aquí, ya anochecido.

-¿He de decidirme al fin a conocer la noticia, o seguir sumido en esta incertidumbre?

Comentarios

Entradas populares de este blog

COLCHÓN.

NO LO OLVIDARÉ NUNCA.

LOS COJONES DE CORBATA.