UN CORTO VIAJE.

 



Si te digo que tengo pena es porque la tengo. Nunca de otra forma podría decirte que tengo pena. Ya me conoces. Esto es como una carta que piensas un poco antes de empezarla. Como buscando. Unas palabras que te lleguen donde tú tenías esa parte que siente. Como escondida. De todas formas, si te lo digo es por no quedarme tan solo. En el pasillo. Como insensible. Si te hablo, habitas todo el silencio y vuelves a existir. En tu compañía, no en la de otros, incluso imaginando que puedo verte aquí dentro.

 A veces me paro, por pensar, y a otro poco sigo hasta cerca del balcón. Y allí, otra vez paro, y pienso mucho más largo. Por allí, te lo digo, siento como si fuera un destino. Donde tú estuviste tantas veces. Te lo digo. En ese lugar habitable, tan exiguo que teníamos. Tantos años después de tanto esfuerzo. Construido ese lugar para nosotros. Llamarlo viaje no sé si podría ser acertado. Me emocionan las partidas. Su tristeza. Como un vacío. Al final. Por allí aún hay hortensias y romero. Como aguantando el frío. Sin tu mano otra vez. Allí doblada. Recogidas hojas marchitas. Éramos propietarios de ese exiguo lugar hasta la muerte. Tan leve. Si fuera así. Tan leve. Como te ha dolido morirte. Y te lo digo hasta bien pasada la noche de estar aún vivo. Voy por aquí ciertamente en dirección única. Tantas veces si puedo. Como puedo. A ver si te encuentro, y de lado. Sabes. En ese punto del viaje. Como cruzándonos. Para verte los ojos. Ese mar. Por decir lo inmenso. Si te lo digo es por lo de la pena que tengo. Nunca de otra forma podría decirte que tengo tanta pena. Por ti. Pero si te recuerdo, como cerrando los ojos, y parece que vuelves. Durante este viaje tan largo que va desde el fondo del pasillo hasta el balcón, cargado de tus flores.

Y vuelves, sí, como un susurro que se desliza entre las sombras de la memoria. Vuelves en el aroma del romero, en el suspiro de las hortensias que aún resisten el invierno, en el eco de tus pasos que alguna vez resonaron en ese balcón estrecho, en ese rincón del mundo que fue nuestro. Vuelves en la penumbra de la noche, cuando el silencio se hace tan denso que casi puedo tocarlo, y entonces te siento cerca, como si tu aliento rozara mi mejilla, como si tus palabras, aquellas que nunca dijiste pero que yo escuchaba en el fondo de tu mirada, volvieran a resonar en el aire.

Pero no estás. Y esa es la verdad que me desgarra, la que me obliga a caminar por este pasillo interminable, a detenerme en el balcón, a mirar hacia el horizonte como si en algún punto, en algún pliegue del tiempo, pudiera encontrarte de nuevo. Como si el viaje que emprendiste sin mí pudiera cruzarse con el mío, aunque sea por un instante, para que pueda verte los ojos, ese mar que siempre me ahogó y me salvó al mismo tiempo. Ese mar que eras tú.

A veces pienso que la pena es como una sombra que crece con el tiempo, que se alimenta de los recuerdos y de los silencios. No es solo tu ausencia lo que me duele, sino todo lo que quedó suspendido, todas las palabras que no dijimos, los gestos que no nos atrevimos a hacer, los sueños que se quedaron a medio camino. Ese lugar exiguo que construimos con tanto esfuerzo, con tanto amor, ahora es solo un refugio vacío, un cascarón que guarda el eco de lo que fuimos. Y yo sigo aquí, habitándolo, porque no sé hacer otra cosa. Porque no sé cómo vivir en un mundo donde tú no estás.

Pero si cierro los ojos, si me permito soñar despierto, parece que vuelves. Y en ese instante, breve y frágil como el vuelo de una mariposa, la pena se transforma en algo distinto, en una especie de dulzura amarga, en un consuelo que no consuela pero que al menos me permite respirar. Porque aunque no estés, aunque te hayas ido para siempre, sigues aquí, en cada rincón de este lugar, en cada recuerdo, en cada lágrima que se resiste a caer.

Y entonces, en medio de la noche, cuando el mundo parece detenerse y solo quedamos tú y yo, separados por un abismo que ni siquiera la muerte puede medir, te digo lo que nunca pude decirte en vida: que te amo. Que te amé siempre. Y que esta pena, esta inmensa pena que me ahoga, es solo el reflejo de todo lo que fuimos, de todo lo que perdimos, de todo lo que nunca podrá ser de nuevo.

Pero si cierro los ojos, si me permito soñar, parece que vuelves. Y en ese instante, aunque sea solo un instante, la pena se hace llevadera. Porque tú estás aquí, en mí, en este lugar que fue nuestro, en este viaje que nunca terminó. Y mientras pueda recordarte, mientras pueda sentirte cerca, aunque sea en la imaginación, sé que no estoy del todo solo. Porque tú, en algún lugar del tiempo y del espacio, sigues existiendo. Y eso, al menos, es suficiente para seguir caminando en este corto viaje de vuelta.

Comentarios

Entradas populares de este blog

COLCHÓN.

NO LO OLVIDARÉ NUNCA.

PEYRONE