POLLO.

 


Vas por la calle y te huele a grasas y refritos. La gente camina con los corazones duros, como piedras arrastradas por el asfalto. En los árboles, los pajaritos trinan sin saber qué harán durante el día. Hoy llevo la cuenta de las veces que he meado: van ocho (1260 ml). Si me muriera ahora mismo, me iría al cielo con la raja del culo sucia.

Cuando llegué a casa y abrí la nevera, me encontré con los cuatro estantes llenos de birras, pero ni un gramo de comida. Por no haber, no había ni un puto huevo. Me dije: «Pues a Don Pollo». Bajé las escaleras, atravesé la calle y entré en el local. Al fondo, la maquinita desprendía un olor espeso, pesado, grumoso, aceitoso. El humo se enredaba en el aire, y una cola de cinco polleros esperaba su turno. Cuatro hileras de pollos se doraban, cayéndoles una grasa espesa, como aceite de motor recalentado. Le dije a la Pompa: «Ponme ese grande, aquel de arriba, que me gustan chamuscados, aunque tenga que esperar». La Pompa los colocó encima de dos periódicos y empezó a darles machetazos. Quedaron troceados: pechugas, alas, corpiño. «Los muslos no me los toques», le dije, «que son para chupar, como hacía el Jabato del Capitán Trueno». Les echó por arriba cuatro chorreones de aceite, los metió en dos tupes de plástico fino y emprendí la huida.

Llevar un pollo y una polla asados por la calle, delante de los niños gorditos, aún no es delito. Si llevas un pollo y una polla asados y tienes mucha hambre, puedes comerte un trozo por el camino, pero se te caerá la grasa en el portal, y las abuelitas que vienen del parque podrían resbalar.

Follar comiéndose una polla bien grasienta es un placer reservado a gustos muy exigentes. (Abstenerse pulcros y refinados. Si eres un hijo de la gran puta, no sigas leyendo esto. Si no lo eres y no acabas de leerlo, te pasará algo muy desagradable en las próximas horas).

Cuando volvía, olía yo, olía el pollo y olía la polla. Me encontré a la Patri, que iba al quiosco a buscar un coleccionable para armar la Santa María y meterla a navegar dentro de una botella. (¡Qué manía!). Le dije: «¿Sabes lo que llevo aquí? Pues un pollo y una polla asados». Le di a olerlo, y me dijo: «Pues huele bien». Le contesté: «Vente y compartimos». Ella respondió: «Espera, que subo y entro». La vi alejarse, gordita como estaba. (Y ya pasó el tiempo, y me llaman a la puerta). Era la Patri. La vi por la mirilla, la cara redonda y todo el bigote. «Pues entra», le dije. Yo ya me estaba trajinando a la polla sobre el mármol de la mesa de la cocina, todos los huesos a un lado. Le dije: «Pues puedes coger pollo y birra. A la polla ya me la he zampado». La Patri comía más que yo. Estábamos los dos sentados del lado del mármol, y se le puso la boca reluciente de grasa. Entonces me dio un aquello, y la besé con mi boca llena de polla y la de ella llena de pollo. Como que nos cayó por los lados, y le pienso: «Yo sé que lo quieres». Pues arréglate un poco, y se me arregló, poniéndome el culo contra la puerta de entrada. Le dije: «Armadíllate, a lo no lo quieres más adelante, más a lo postura guarra». Entonces fue la envergada, porque estaba a tiro. Mientras yo la montaba, ella comía pollo, y yo comía el resto de la zanca de la polla. Ni cuando me vino aquello del gusto y me corrí dejé de masticar. Solo escupí un poco al irme dentro del chotorro maloliente de la Patri.

Cuando se la saqué, al cuarto de hora aún la tenía dura. La Patri había relinchado dos veces. Yo, comiendo pollo, me entretengo y no siento el gusto tan rápido. Ella, como que cansada, se sentó con la cabeza entre las manos sobre la mesa. Yo, como que me dio por acariciarle el pelo, le pasé la mano por la nuca y el choto. Le dije: «Cómete los alerones, que están tiernos, y bebe más birra. Hay de sobra». La Patri se marchó dos horas más tarde. Llevaba media tajada y se dejó el coleccionable de la Santa María y su puta madre sobre la mesa.

Sobre la mesa de la cocina parecía que había comido un regimiento de gaviotas. Solo quedaban los huesos de la polla y del pollo, y catorce botes de birra, algunos tirados por el suelo.



Comentarios

Carmen ha dicho que…
Bueno, ya veo que te vas dejando los más bestias...

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