TIERRA.

 


Yo, de ese trajín, recuerdo cómo las truchas se mataban contra las piedras, la nuca contra el filo húmedo, y luego quedaban tendidas sobre una cesta de helechos. Los movimientos básicos eran siempre los mismos: cavar, plantar semillas, cosechar frutos, segar con la guadaña, andar detrás o delante de un arado romano. Todo de pie o agachado. Apenas había tareas en posición vertical, quizá varear erizos de castañas o pintar de blanco la parte alta de las habitaciones, para que el blanco se hiciera más blanco.

El amor era rudo, a estilo perro, en los rincones más inverosímiles. Ya conté cómo me quitaron el frenillo: sentándose de repente sobre mí, como si tal cosa. Cuando había que follar a una cerda, la hazaña era atraparla; se volvían ariscas hasta que les entraba el gusto. A las cerdas se las folla bien cogiéndolas de las orejas. Otra cosa era la oveja, más dócil. Pero nunca con un carnero, ni con un asno. Con una vaca, subido a un taburete, metiéndole una tranca por la babilla. Y a la mujer, de primeras, sin miramientos, con el ímpetu garañón.

Había otros movimientos: el de orientación, mirando el cielo estrellado, buscando la timonera que parpadeaba y mareaba la cabeza. El de sentado, elucubrando entre las rodajas de los árboles aserrados, midiendo el paso del sol y la sombra. El de palpar la natura rosada de vacas y mujeres, al tiento, con la mano estirada, girando a un lado y al otro hasta encontrar la humedad. Y el de coger contra el pecho troncos, terneros, piedras de dolmen para marcar los límites.

También el de andar, despacio, a medio paso, corriendo, según fuera por seguir ganado o por tirar agua contra el fuego. Sujetar a los cerdos para la matanza. Agitar las campanas a vivo con el trasvoleo frenético, o de lado, para tocarlas a muerto. Andar acompasado con la caja del difunto. Hincar la rodilla con miedo para rezarle. Agacharse y alzarse para rogar a los santos. Tener miedo a la Guardia Civil. Girar en círculos para bailar pasodobles.

Y luego el trasvoleo de semillas, manoseando la tierra con los brazos, fecundándola. Y el resto del tiempo, andar de lado, para no estorbar al silencio.


Comentarios

Carmen ha dicho que…
Bonito retrato del pasado cercano, de su rural, el que era más frecuente en esos días.

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