TRAJE.
—¿Sería más puntual si me muriese un día antes?
Empecé a darme cuenta de mi locura. Llegué a esa conclusión cuando comencé a idear en mi mente, casi con obsesión, aquellos mínimos discursos sin sentido, frases incongruentes, como que las palabras son las primeras en recibir la noticia, para que tu te puedas enterar de la misma, según, o dependiendo del tipo de palabras empleadas para contarte la noticia.
Alguien golpeó tres veces la puerta. Grité: ¡Pasen!
Lo vi frente a mí, impecablemente trajeado al estilo Príncipe de Gales, con chaleco de bolsillos inclinados, disimulados con una precisión y simetría casi perfectas. A pesar de sentir aquellos golpes sobre la puerta, no supe por dónde había entrado. Su figura se hizo perceptible a medida que yo levantaba la vista. Con un gesto mecánico, posó un maletín de cuero sobre mi escritorio, y dejó su tarjeta de visita frente a mí, al mismo tiempo que con la misma serenidad abría el maletín, revelando su absoluto vacío.
No dijo una sola palabra.
Di la vuelta a su tarjeta. Estaba en blanco por ambos lados. Un instante extraño, suspendido en el tiempo lleno de dudas. Su tez era pálida, su expresión hierática. El cabello despeinado intencionadamente le confería un aire de maniquí a punto de desfilar por una pasarela vacía.
De repente, sin darme tiempo a preguntarle por el motivo de su visita, dio media vuelta y se dirigió a la ventana. La abrió de par en par y, con un único ágil impulso, se arrojó al vacío.
Aterrado, corrí hacia la ventana. El viento de aquella tarde de marzo había esparcido los papeles de mi escritorio por toda la oficina. Desde el sexto piso, vi a la gente arremolinarse en la acera en torno a un cuerpo destrozado contra el pavimento. En la distancia, las sirenas ululaban con frialdad mecánica.
Sobre mi mesa permanecía el maletín vacío. En el portafirmas, la tarjeta en blanco, sobre el suelo todos aquellos papeles esparcidos.
No podría descifrar si esta irracionalidad pertenece a este mundo y a sus esquemas clásicos. Si podría definirlo integrando todos los miniestados de que se compone. No podría saber si esto que me ocurre es un "exceso de verdad", una alteración profunda de mis pensamientos. O algo más sencillo: quizás no puedo soportar mi realidad. No lo sé...
--Esto es lo que sucede, en lo que yo comprendo según la percepción de mis sentidos, y es como yo lo estoy interpretando.
Yo, que debería estar ahí sentado, vuelvo a entrar en mi despacho y me veo apoyado en la ventana, con mi traje de Príncipe de Gales, mis cosas en orden, intentando saltar al vacío. Porque ya lo sé: no morimos de repente. De cualquier forma que lo medites siempre hay un último pensamiento en el teatro de tu vida. En realidad llevas muerto desde ayer, y la noticia aún no ha llegado.
Debes amar muchísimo tu vida para que tu deseo sea repetirla.
Lo presiento. El escenario es el tiempo. La escena ya la conoces.
--Alguien golpeó tres veces la puerta. Grité: ¡Pasen!.
No hay nada más que leer.
Comentarios