TÚ.
"¡No quiero tu amor burgués!
¡Solo tu coño en mis encías!
¡Y un geranio en el bidé!
¡Y macarrones con tomate cada díaaaaa!"
Comerme tu boca es como masticar bolas de sacarina: dulce, químico, un zumbido en los dientes que no se va.
Cuando me pones los calcetines y me besas, me sabes a pan blanco. A miga fresca, a horno de barrio.
Una vez, tiraste hojas secas de geranio desde la terraza, y al estrellarse contra la calle, retumbaban a más de ochenta decibelios. Y mientras, tú me limpiabas el culo, aguantabas mis pedos como si fueran ráfagas de viento inofensivas.
Los calcetines me los pones con mi pierna entre las tuyas, como a un niño que va para la escuela, resignado pero arropado. Y aún recuerdo los macarrones con tomate, los geranios de la terraza floreciendo en blanco, las gaviotas volando en formación, como cazas F-16 sobre la bahía.
Cuando me pones los calcetines, estás vistiendo el cielo con nubes de colores.
Cuando me abotonas la camisa, me cubres el alma, me tapas del frío.
Cuando me cantas La Pena Mora y me subes una pernera del pantalón, luego la otra, y ocultas la piltrafa de mis huevos con ese gesto preciso, es como si extendieras un celofán azul sobre el pico Aneto, protegiéndolo de la intemperie.
Cuando me lavas los ojos, levantas la niebla de la AP-6, dejando el asfalto limpio y despejado.
Cuando me sientas en el váter, eres de los de Greenpeace, salvando mi ecosistema interior.
Cuando me limpias el culo, dragas la dársena del Musel, dejando todo despejado para que entren los barcos.
Si me limpias los sobacos con agua fría, es como tomar vino con casera bajo un puente en Operación Salida, allá por Semana Santa.
Y macarrones con tomate.
Y pan tumaca.
Y tarta de avellanas.
Nunca imaginé que llegarías a doblarme así: una manga para aquí, otra para allá.
Ni que me descubrirías las encías con tus dedos, como quien descorre una cortina.
Cuando me pones el coño a la altura de la cara, quiero que mires al cielo.
Que repitas ese gesto: una pierna apoyada en la cama, una media negra, el balanceo de tu cadera al acercármelo todo bien.
Que me lleves como un mercancías por el pasillo, que me aparques en la vía muerta sobre el butacón, frente a los geranios y los balcones ajenos.
Me hueles a penicilina, a linimento Sloan, a vinagre. Tus sobacos huelen a alquitrán recién extendido. Tu pelo, a gotas de Nenuco. Y yo huelo a sal, a perro vagabundo, lo sé.
Si no me quisieras, no me harías todo esto.
Prepárate para Telecinco.
Dame un mordisco.
Yo también te quiero.
Ponme otra vez tu coño sobre mis encías.
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