LOS URALES.


 

Pensaba en mi suerte inmediata.

-¿Cuál sería mi suerte?

La habitación, un cubo de sombras con escasa luz, se cerraba sobre mí como un ataúd mal barnizado. Afuera, el viento hendía el espacio con filos de brisa invernal. No había nadie más. Solo yo, la ventana entreabierta y aquella sensación que se colaba como un aliento extraño procedente de la intemperie.

Era libre de decidir el próximo suceso inmediato.

Podía cerrar la ventana, dejar solo una raya de luz en su mínima extensión, como un hilo de vida que se resiste a romperse. O podía dejarla abierta, permitir que el viento irrumpiera sin clemencia, que el frío convirtiera mi piel en estremecimiento. La libertad, al final, era solo eso: elegir entre un gesto y otro, sabiendo que ninguno cambiaba nada.

Era libre de imaginar algo irreal.

Una mariposa púrpura—¿o era solo un sueño de color?—se posaba sobre mi pecho. Sus alas temblaban, frágiles, como si ya supieran que toda promesa de libertad es una mentira. Qué bien asesinar  a algo que tiene vida en este día helado, pensé. Matarla entre mis dedos, sentir su pequeña muerte como un acto de piedad, para no tener remordimientos. O dejarla ir y alargar su vida hasta la próxima noche.

Debería decir una palabra que nombrara algo que amo. Pero el amor era solo un engaño, otro engaño, otra forma de mentirse a uno mismo. Así que callé.

Es sublime la desproporción, ya lo había dicho. La vida era demasiado grande o demasiado pequeña, nunca justa. Blanco o negro, sin matices. Nunca gris. Nunca suficiente o insuficiente, porque era la vida.

—Respira despacio—me dije—. Aún eres libre.

Pero la libertad era un desierto intransitable en su bastedad, un paisaje de sábanas frías. Me arrastré a gatas sobre mi cama, como un animal herido, hasta el fondo de una esquina. Me dije, esto es como cruzar los Urales, cruzar el último límite, con todo el frío del mundo apretado entre las manos.

Si te fijas en ese gesto eres el dueño de limitar la luz del universo. Solo era un gesto universal.

Estiré el brazo cuanto pude—como un mono alcanzando un reflejo en el agua—y empujé la ventana en un último esfuerzo abriéndola todo lo que era posible. Fue un fenómeno extraordinario

El marco cedió. El viento entró con toda su libertad. Y toda aquella luz.

Y fue sublime.

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