BIBLIOTECARIO.
El anciano bibliotecario, de manos temblorosas y ojos que parecían contener el polvo de siglos, susurró la sentencia mientras desempolvaba un tomo vetusto: "El equilibrio indiferente es una herejía". En la quietud de la sala, sus palabras resonaron como el tañido de una campana olvidada.
Vivimos sobre ese punto inexplicable. Lo sabía por la punzada constante en el pecho, por la sensación de estar suspendido sobre un abismo invisible. La vida, pensaba, no era una base sólida, sino la punta de un cono precariamente apoyada.
Todo se basa en inocentes axiomas. Creemos en la linealidad del tiempo, en la solidez de la memoria, en la presencia ineludible del ser amado. Pero la cúspide apoyada sobre su parte angosta desafía toda lógica. Los pensamientos que retornan, el recuerdo cálido de una voz, una caricia fugaz, y luego la ausencia, un vacío que lo engulle todo. Y vuelve. Una imagen nítida, un eco distante. Recreada en todas sus formas, como si una mano invisible dibujara una figura imposible en el aire, una y otra vez, sin jamás asentarse por completo.
Tú... eras ese punto de apoyo en las horas desproporcionadas en que la cordura amenazaba con desmoronarse. Me acogías en el silencio de tu recuerdo, en la tibieza fantasma de tu abrazo, un anclaje tenue ante la furia de la locura. Pero en el sentimiento de ausencia no hay ninguna dicha. Solo la constatación fría de que se cumple la ley de todos los fenómenos inexplicados. Y te recreas. Fragmentada, etérea, sin presencia absoluta. En todo y en nada a la vez. Un aroma fugaz en el aire, una sombra danzante en la pared.
Y es en la noche, en la negrura profunda donde los fantasmas se vuelven más nítidos, cuando trato de percibirte. Como dibujada sobre las sombras, una silueta familiar, excesivamente necesaria. En la perfección de un dedo minúsculo recorriendo el surco de mis labios en la memoria, un gesto tan íntimo que duele en la distancia.
Cómo es ese punto en el inicio del derribo. ¿Existirá tanto dolor en el instante en que el cono pierde su equilibrio precario y se desploma? ¿Será ese el momento en que la ausencia se vuelva absoluta, en que la recreación cese y solo quede el vacío inabarcable? La pregunta flotaba en la oscuridad, sin respuesta, como el espectro de un recuerdo perdido.
Comentarios
Me recuerda mi más alto punto de equilibrio. A menudo me decía a mí misma: "No puede durar...".
Es cierto, duelen las caídas, mucho.