ETERNIDAD.
Siempre me he preguntado qué sería de nosotros cuando ya no estuviéramos aquí. Cómo sería el mundo sin nuestra presencia, sin nuestras risas, sin nuestros sueños. Me he pasado tiempo reflexionando sobre esto, intentando encontrar respuestas en el silencio de la noche.
Un día, alguien abrirá nuestros cementerios y les llamará catacumbas, pensé. ¿Qué sentirán al caminar entre las tumbas, al leer los nombres y las fechas que nos definen? ¿Se preguntarán quiénes fuimos, qué nos apasionó, qué nos hizo felices o tristes?
O estaremos en el humo que queda al quemarse las flores, reflexioné. Ese humo que se eleva al cielo, que se desvanece en el aire, que nos recuerda que todo es efímero. ¿Qué queda de nosotros después de que nos vamos? ¿Un recuerdo, un susurro, un aroma que se pierde?
Palabras que debo decir llenas de sentimiento, pensé. Palabras que expresen la profundidad de mi amor, de mi dolor, de mi miedo. Palabras que sean un legado, un mensaje para aquellos que se queden.
¿Qué sería del mar sin esa luz que te parece el abismo? se preguntaba mi corazón. El mar, ese vasto y misterioso universo que nos atrae y nos repele al mismo tiempo. ¿Qué sería de su belleza sin la luz que lo ilumina, sin la luna que lo besa?
¿De qué sirve llorar solo? me pregunté. ¿Sirve de algo derramar lágrimas en la oscuridad, sin nadie que las vea, sin nadie que las sienta? ¿O es simplemente un desahogo, un grito silencioso que sale de lo más profundo de nuestro ser?
¿O tirarse al vacío? ¿Qué se siente al caer, al precipitarse hacia la nada? ¿Hay un momento de paz, de liberación, de rendición?
En el último instante, qué sería de nosotros. ¿Un suspiro, un murmullo, un grito? ¿Qué queda de nuestra existencia, de nuestra lucha, de nuestro amor? Solo el silencio, solo la oscuridad, solo la eternidad.
Comentarios