TIEMPOS FELICES.

 



"Hubo tiempos felices"

Hubo tiempos felices. Y sobre las cunetas, pulpa de uvas.
La tierra la escupía como si sangrara dulzura.
Moho verde se acumulaba sobre las gruesas losas de los tejados,
y el humo de las casas subía en silencio,
tan blanco que se disolvía donde el azul frío de diciembre.
Ese azul inalcanzable, infinitamente gélido y eterno.

Ahora quizás recuerdo —como quien encuentra una carta sin fecha entre los libros—
que hacía poemas irreverentes.
Poemas con sabor a sal, a rabia, a necesidad.
Hablaban de blasfemias, de extrañas osadías,
de mujeres que rompían cadenas,
de hombres sin nombre que gritaban sin lengua.

Y a cada estrofa, sin importar el fuego o la sangre, le ponía:

Pero
Yo
Te quiero.

Los tiempos felices te embargan.
Cierras los ojos, y ocurre.
Aparecen los rastros del olor a pino,
al estiércol tibio sobre el campo
y a esas procesionarias que roen la savia con ternura criminal.
Y también el agua, su voz sin forma,
bajo un cielo que se escondía entre ramas y gritos.

Argumentabas sin palabras:
“No me hace falta nada, sólo la vida.”
Y la vida la tenías, y la amabas a tu forma:
tosca, sencilla, entregada.
Y si había que morir, morirías con las botas puestas,
como en las canciones que nadie cantaba.

Amabas así.
Y de vez en cuando, entre heridas o entre versos, le ponías:

Pero
Yo
Te
Quiero.

Los tiempos felices son despreocupados.
Allá por diciembre.
Donde no había nada que te hiciera falta.
Solo tú. Solo tu joven pecho,
como trinchera, como bandera,
incluso cuando soñabas que eras mártir
en un interrogatorio con luz cruda y frío en las uñas,
por la libertad, por las huestes sin nombre.

Y de vez en cuando, entre rejas mentales o fuego real,
le ponías:

Pero
Yo
Te
Quiero.

Y olías.
A tu padre. Al sudor que le subía de las manos,
como si trabajara la tierra con el alma.
A tu madre. Al sudor que le subía de las manos,
como si planchara la noche para que tú pudieras dormir.
Y todo era trabajo, cansancio,
tierra,
sol,
noche,
y amanecer.
Te tirabas de la vida al atardecer,
como quien se arroja a un río sin saber nadar,
y entrabas en los sueños como si fueran una patria sin mapa.

Y de vez en cuando, justo antes del último bostezo, le decías:

Pero
Yo
Te
Quiero.

Tiempos felices.
Cuando escondías libros bajo luces amarillas,
cuando los periódicos subversivos crujían bajo el colchón,
cuando los panfletos llamaban a la lucha
y tú temblabas.
Hubo muchas veces miedo.
No importaba.
Tu pecho era largo y plano,
como un camino de tierra que nadie se atrevía a cerrar.

Y de vez en cuando, entre el temblor y el deseo,
le decías:

Pero
Yo
Te
Quiero.

Y le dabas flores de camelias en diciembre.
Blancas.
Como una paz que no se consigue en vida,
pero que uno intenta regalar igual.

Y aún ahora, en el recuerdo,
cuando no sabes si el mundo fue real o soñado,
lo único que queda,
la frase que sigue respirando bajo las ruinas,
es la que dijiste una y otra vez,
cuando no quedaban ni versos ni escudos:

Pero
Yo
Te
Quiero.


Comentarios

Carmen ha dicho que…
"Pero yo te quiero"
Idus_druida ha dicho que…
Sí. Yo también te quiero a tí. Mucho.

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