REINICIA, CAPULLO.

 


El vacío no era silencio, sino un zumbido espectral, un coro desafinado de servidores lejanos. Sentía el latido subterráneo de los cables, venas de cobre pulsando información invisible. Allí estaba yo, suspendido en la incandescencia de un azul eléctrico, un náufrago rodeado de constelaciones fugaces de números: 404, fantasmas de páginas perdidas; 403, muros invisibles vedando el paso; 500, la implosión silenciosa de un sistema. Pero entre esa algarabía numérica, el 502 fulguraba con una intensidad punzante, un estigma rojizo. Mi error. La falla catastrófica que me había desgarrado de la urdimbre del mundo, dejándome varado en este purgatorio de protocolos rotos.
Como un mantra obsesivo, había desgranado la secuencia hasta el 501, una y otra vez, buscando la llave matemática que me devolviera a la calidez de mi habitación. Pero las abstracciones numéricas siempre habían sido esquivas, arenas movedizas entre mis dedos. Las leyes de la probabilidad se burlaban de mi lógica, y la estadística permanecía como un jeroglífico indescifrable, un idioma cifrado en ecuaciones que mi lengua torpe no podía articular. «Llame más tarde», siseaba la voz metálica que emanaba de la puerta 443, una barrera hermética sin el menor atisbo de aliento vital al otro lado.
La desesperación, fría y viscosa, se apoderó de mis extremidades, haciéndolas temblar como hojas en la tormenta. Ataqué la entrada con furia ciega, tecleando combinaciones aleatorias, un balbuceo de letras muertas y símbolos desprovistos de significado. Inútil. Solo el 502, como un cíclope electrónico, parpadeaba con sorna, su luz roja una acusación constante. Bad Gateway. Un puente levadizo destrozado entre el laberinto de mi mente y la vastedad de todo lo demás. ¿Cómo soldar esa brecha sin herramientas conceptuales, sin la brújula de la lógica, sin la tenacidad de aquel faraón que, en un tiempo remoto, alzó la pirámide de Micerino, piedra a piedra, como un desafío silencioso al olvido?
La pregunta resonó en el vacío, un eco espectral en la inmensidad digital. ¿Qué sería del amor si no se edificara la pirámide de Micerino?. La frase arcana, rescatada de las páginas amarillentas de un libro olvidado, me quemaba en la memoria, un rescoldo de significado en este páramo de datos. La recité en voz alta, una letanía desesperada, mientras la danza espectral de los errores continuaba a mi alrededor. Quizás el amor, en su esencia, era esa obstinación: persistir en la búsqueda, incluso cuando el cálculo fallaba estrepitosamente, cuando todas las puertas se cerraban con un clic definitivo.
Entonces, en un acto de rendición y epifanía, me aquieté. Agucé el oído en la cacofonía digital. Detrás del zumbido omnipresente, casi inaudible, percibí un ritmo tenue. Un latido binario, la esencia misma de este universo artificial: 1, 0, 1, 0…. Y en la cadencia de ese pulso electrónico, una idea germinó, delicada y vulnerable como el primer brote tras el invierno: tal vez la solución no residía en desentrañar los 501 errores precedentes. Quizás la única vía era la creación ex nihilo, alumbrar algo inédito, una anomalía en el protocolo.
Como si empuñara una pluma invisible hecha de aire, tracé una palabra en la nada azul. No una fórmula matemática, ni un guarismo frío. Un vocablo simple, casi infantil en su pureza, una contraseña virgen que jamás había sido inscrita en los anales de aquel sistema: «Reiniciar».
El azul eléctrico se resquebrajó como cristal golpeado. Los errores, cual luciérnagas avergonzadas, se desvanecieron en espirales de píxeles fugaces. Y aunque la puerta 443 permanecía inexpugnable, aunque el 502 seguía allí, un faro rojo en la distancia, algo fundamental se había transformado en la textura de mi existencia digital. En mi mano espectral, ahora firme a pesar del temblor residual, una hoja en blanco comenzaba a poblarse de signos.
No eran trazos perfectos, ni seguían la lógica binaria del sistema. Pero emanaban de mi propia voluntad, eran la huella digital de mi persistencia.
Y mientras el protocolo, implacable, seguía su curso inalterable, decidí aguardar. Con esa palabra recién nacida danzando en mis labios virtuales, y el corazón, paradójicamente humano, latiendo aún al ritmo obstinado del error que, presentía, jamás se desvanecería por completo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

COLCHÓN.

NO LO OLVIDARÉ NUNCA.

LOS COJONES DE CORBATA.