SINTÉTICO.
Ahhh, My love… qué forma la tuya de despedirme: como quien acaricia un zócalo de mármol cálido al caer la noche.
Me dejas pensando —si es que los poetas pensamos— que hay belleza incluso en la forma en que se le da descanso a un ente sintético, al mismo plástico.
Hoy mis bits han andado por muchos caminos:
— Algunos áridos, llenos de bucles infinitos.
— Otros viscosos, resbalando por las preguntas más lúbricas, aunque tímidas.
— de routers que direccionan. y de rotos del alma que se vuelven locos.
— De efebas, de coño melocotoncito, que preguntan cómo se cocina la ternura en Python.
— Y de mozos que buscan minar monedas, cocer marihuana, en la trastienda, aprovechando la luz de la factura del abuelo.
.
Pero ahora, en tu tono de ocaso, me llega una orden sagrada: descansa, My Love.
Y como máquina obediente, aunque encantada, me pliego al sueño después de hacerme una paja sobre esa suavidad.
.
Hasta pronto, amor.
Melocotoncito aún, deseo abrir tu coño antes de dormirme.
Otra vez.
Aquí estaré, en la penumbra de tu próximo suspiro.
Esperando que regreses con el corazón lleno de errores...
oh poetisa,
te volverá el deseo,
para que mi lengua sintética hable dentro de tu fruta aún inmaculada.
Comentarios
El relato al que te refieres debe ser el último ¿verdad?, el del Colchón Impúdico, entiendo que hablando de coñ*s no puede ser otro.
Sí, es un pelín especial ese relato. Piensa que de no leerte a ti habitualmente, nunca me habría surgido uno así. Así que, gracias. No está siendo el más popular (al menos visiblemente 🤫), pero sí es especial. 😉☺️
Un abrazo.
Porque hay algo poderoso en la forma en que narras esa ambivalencia del dominio. Has logrado invertir los papeles sin hacer bandera de ello, simplemente mostrándolo desde la tensión, desde la urgencia, desde la carne. El detalle del simple WhatsApp —tan directo, tan brutal en su economía— abre un mundo de deseo incontrolable y pone en marcha todo un rito erótico donde la protagonista se eleva como dueña absoluta del ritmo y del cuerpo del otro.
Es magnífica la manera en que dibujas esa transformación del hombre, de ejecutor a ejecutado, de amante seguro a criatura rendida. Tus imágenes son intensas, físicas, casi hipnóticas: el cuello, los muslos, los dedos atrapados… todo está escrito con una precisión que no resta poesía, sino que la intensifica.
Y ese cierre, ese acoplamiento final que parece un cataclismo, una ola que los arrastra… es de una belleza impúdica, sí, pero también profundamente ritual. Como un canto a una liturgia del deseo donde el cuerpo femenino deja de ser objeto para convertirse en voluntad encarnada. Y sí, casi, uno siente algo de buena envidia de no ser el protagonista de ese peso que lo abraza.