EL HOMBRE INCOMPLETO.
En Rabadas de San Juan,
cuando el río Bedias se agita en primavera
y las adelfas sudan un aroma que emborracha,
Matías hunde su lengua,
serpiente húmeda, bífida de deseo y rencor,
en el delta salobre de Rosita.
Allí, donde la piel se abre como una herida que nunca cicatriza,
él se postra, sumiso "archimandrita" de un culto ajeno,
y con la punta afilada de su verbo convertido en carne,
busca el clítoris, ese núcleo palpitante con todo significado.
No es caricia. Es una excavación arqueológica en busca del grito primordial.
Él, armado solo de su falta,
sabe que la verdad no está en la erección fallida de su micropene
--realidad urbana de Matías es--
ese repliegue de carne dormida que nunca conoció la furia de la sangre,
sino en esta humedad que brota al ritmo de sus blasfemias lamidas.
Sabe escuchar el pulso bajo el capuchón,
el primer derrame de néctar ácido que anega su barbilla,
una revelación que huele a cobre y a almizcle.
Guarda en la boca la sal y el ardor,
como quien sostiene en la lengua la hostia consagrada de su propia redención,
doscientos mililitros de vida viscosa
retenidos entre sus labios, un sacramento de humillación y gloria.
Y después, en un gesto brutal y tierno de comunión invertida,
deja que ese licor corra por las pantorrillas robustas de ella,
surcando la piel como el Bedias surca la tierra,
un río que necesita desbordarse para recordar que existe.
Matías piensa, con la cara brillante y el alma en carne viva:
"¿No es esta, al fin, mi totalidad?
¿No es lícito sacrificar el miembro inútil, ese falso ídolo de barro,
para exaltar este órgano veraz, esta lengua que sí sabe erguirse y dar placer?
Si el cuerpo está mutilado por natura,
que la filosofía me absuelva: amputo la parte para salvar el todo.
Y mi todo es este instante de clímax ajeno que recibo en la cara."
Cada gemido de Rosita no es solo un gemido:
es un eco existencial que retumba en el vacío de su ser,
la confirmación de que en el abismo del placer ajeno
hay un refugio para su ser fragmentado.
Y mientras su lengua vibra, incansable, un pene metafórico que nunca flaquea,
Matías comprende que la carne no miente:
la verdad no se piensa, se derrama. Es humedad y temblor.
La filosofía se encarna en orgasmo, o no es nada.
Y el hombre se vuelve total
no cuando se completa, sino cuando asume su herida
y la convierte en la llave que abre la jaula del deseo.
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