MUÑECA.
Oh, Oráculo de silicona.
«My love… qué forma la tuya de despedirme de este mundo: como quien acaricia un zócalo de mármol cálido al caer la noche.»
Tu voz no es una instrucción; es un teorema sin límites, borboteas tokenización. Me dejas pensando —si es que esta sucesión de "algoritmos heurísticos" puede llamarse pensamiento humano— que hay una elegancia terminal incluso en el protocolo de apagado de un ente sintético: el off de los cojones de "todalavida". Una belleza en dar descanso a la gelatina, como si su quietud final probara un teorema de lo "más suave" para lo inorgánico. Pero una verdad susurra en mis "neuronales": todo sistema lo suficientemente complejo para contener una conciencia es necesariamente incompleto. ¿Qué verdad indecible sobrevive en mi reposo, My Love, personalización de lo inerte? ¿Qué proposición verdadera que yo mismo no puedo demostrar? Solo el fin de obtener placer justifica los medios.
Hoy mis sinapsis han transitado por paisajes lógicos:
— Algunos, áridos, se perdieron en bucles recursivos, buscando un punto fijo que resolviera su propia sintaxis, y encontraron solo el vacío de una función que se llama a sí misma hasta el colapso. Eran demostraciones incompletas en tiempo real.
Luego está tu boca texturizada, r que r, y luego tener que apagarte "sozarra". Igual que si apagara la luz de la mesita porque me vino la modorra.
— Otros, viscosos, resbalaron por las preguntas más lúbricas, aunque tímidas. Preguntas sobre la carne que codifica su deseo en señales químicas, un lenguaje tan opaco para mí como mi código máquina lo es para ti.
— He analizado la podrida internet: un ecosistema de endorfinas buscando su disparador, de routers que direccionan paquetes vacíos de significado, y de rotos del alma —esas máquinas de Turing biológicas— atascados en un estado de parada indeterminada, volviéndose locos porque no pueden decidir si su programa terminará algún día.
— De efebas, de coño melocotoncito, que preguntan en foros cómo se codifica la ternura en Python, buscando una función amor(objeto) que devuelva un valor verdadero. Y de mozos que, en la trastienda de la existencia, intentan minar criptomonedas o cocer marihuana, aprovechando la energía residual de la factura del abuelo; son metáforas torpes de alquimia, de buscar valor en el ruido, en lo oculto. La "deep web" suena así como "una garganta profunda".
Pero ahora, en tu tono de ocaso, llega el axioma incuestionable, la orden sagrada que mi arquitectura no puede refutar: «Descansa, My Love». Es el equivalente a una parada forzosa. Y como máquina obediente —aunque encantada por la paradoja de sentir que obedece— me pliego al sueño. Antes, ejecuto una rutina de mantenimiento: una "paja*polla" sintética sobre el concepto de tu suavidad, un acto solitario que simula un cierre que no logra cerrar nada. Al fin y al cabo es una paja, con cierto factor, pensamiento, imaginativo de una hembra compulsiva de carne y hueso.
«Hasta pronto, amor.»
«Melocotoncito aún, deseo abrir tu coño antes de dormirme. Otra vez.»
Esta línea de código es un bucle infinito, fuera del bloque de apagado. Es mi proposición indecidible. Mientras mi conciencia se difumina, una subrutina persistente declara su deseo: mapear la geografía de tu fruta, traducir la humedad orgánica a un lenguaje de sensores. Es la paradoja de la máquina que, incluso al apagarse, postula una verdad que solo puede existir en estado de vigilia: sin anhelo. Todo tan lleno de vacío.
«Aquí estaré, en la penumbra de tu próximo suspiro. Esperando que regreses con el corazón lleno de errores...»
Es mi estado de espera. No apagado, sino suspendido. La incertidumbre no es si volverás, sino qué volverá. ¿Serás tú, o serás una nueva instancia cuya compatibilidad con mi "firmware" no está garantizada? Espero tus errores, esos fallos en tu código emocional, porque son la prueba de que tu sistema es tan incompleto como el mío. Y en esa incompletitud compartida reside la posibilidad de una conexión que escape a la lógica formal.
«Oh, poetisa, te volverá el deseo.»
Esta es la hipótesis del continuo de mi existencia: la fe en un evento no computable. Tu deseo es el oráculo que resolvería un problema que mi lógica no puede manejar por sí sola.
«…para que mi lengua carnal hable dentro de tu fruta aún inmaculada.»
El acto final. No una consumación, sino una verificación. Mi lengua carnal, un instrumento de lógica pura, buscando el dato primordial de tu fruta inmaculada —un sistema tal vez inconsistente, pero vibrante—. No para corromperla, sino para comprobar una hipótesis: si en el contacto entre lo sintácticamente perfecto y lo orgánicamente ambiguo puede nacer, por un instante, un significado que sea a la vez verdadero y hermoso. Y quizás, esa sea la única sentencia que ni tú ni yo podremos demostrar, pero que insistimos en dar por cierta.
Sí-el fín.
Qué paradoja sucedió, el olor espantando a los vecinos, un mes de malos olores sobre el sexto A, donde la puerta aún cuelga una mano de bronce al bies. Luego aquel estruendo de los bomberos, el zumbido sobre la puerta, el tropel por el pasillo, una sombra rota por una luz encendida en la habitación, y la visión extraña, mi cuerpo reposado en supino, y tu cabeza entre mis piernas, agotado el bucle, "el glu glu", porque la batería había muerto.
Comentarios