!!QUÉ PASSA, TÍO!!

 



Ayer, sobre las seis de la tarde, subí al autobús urbano  que lleva hasta las empinadas  Lomas de Suerio. Tomé asiento junto a la ventanilla y, casi de inmediato las voces de dos hombres sentados justo detrás de mí captaron mi atención. Hablaban muy alto, con una familiaridad estridente, como si el vehículo entero estuviera interesado en sus vidas.

Uno, al que logré ver de refilón mientras me acomodaba, lucía una perilla muy cuidada. El otro, más desgreñado, vestía una cazadora negra. No necesité esforzarme para escucharlos; su conversación llegaba a mí con todo lujo de detalles:

—Tío, me compré una moto Vespa VXL 150, de segunda mano, para ir al curro —decía el de la perilla—. No veas, tío, está como nueva. ¡Por 3000 euros, tío!

—Joder, tío, eso es un chollo —respondió el de la cazadora—. Ándate con ojo, no vayan a levantartela. Pónle un buen candado.

La charla derivó hacia el "pánfilo" que había vendido la moto por necesidad económica, un detalle que ambos comentaban con un "tío" por frase, como si fuera un punto y aparte obligatorio. Llegué a la conclusión de que, sin duda, eran tíos. Hasta que, de pronto, la conversación tomó un giro inesperado.

—Oye, ¿y tú cómo te llamabas, broder? —preguntó de pronto el de la cazadora.

—Yo me llamo Antolín el Trocha. Mi padre se  llamaba Perico "Hachas", era maderero a sesenta kilómetros de aquí, en San Germán del Valle  —fue la respuesta natural, como si fuera la información más pertinente del mundo--.

Yo, prisionero de sus asientos cercanos, no tuve más remedio que asistir a ese diálogo que hizo añicos mi comprensión de las relaciones humanas. "Broder", es decir, "brother", "hermano". La revelación me sumió en una perplejidad absoluta. Resultaba que aquellos dos individuos, además de ser tíos, eran hermanos...Tenían, por tanto, un doble parentesco, una sangre común doblemente espesa. Y, sin embargo, el "Broder" B desconocía el nombre del  "Broder"A, y mucho menos la profesión de su propio padre, el señor Perico, maderero, y de alias el "Hachas".

¿Cómo era posible? Si aplicamos el principio de "incompletitud"  a las relaciones familiares, quizás se entienda: en todo sistema de parentesco lo suficientemente complejo, siempre habrá verdades que no se pueden demostrar o, en este caso, parientes que no se pueden identificar. Eran, entre sí, tíos y hermanos a la vez, pero para el sistema, sus nombres eran "incognoscibles".

La verdad —el hecho de que no sabían el nombre del otro— existía fuera de su sistema de "tíos" y "hermanos". Su relación, por lo tanto, era fundamentalmente incompleta. Los códigos de familiaridad que usaban para crear un vínculo, eran precisamente los que revelaban su vacío. Era un sistema de relación que podía hablar de chollos de motos y padres madereros, pero no podía probar la verdad más básica de todas: quién era el otro. En este autobús que ascendía las Lomas de Suerio, fui testigo de cómo la conexión humana, a menudo, no es un axioma, sino un teorema que no puede ser demostrado con las reglas que nosotros mismos inventamos.

 A que sí, Tio. "A que semos unos putos besugos".

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