PROTOCOLO.

 


No te creas que me atraía mucho su boca. En los tiempos muertos siempre estábamos con aquellos juegos. Ella se acercaba a mi y me daba su boca, pero a mi no me apetecía mucho besarla, incluso cuando tenía mucho deseo.
De todas esas sensaciones no sé si podría seleccionar una para el recuerdo. Habíamos dejado de amarnos desde hacía tiempo y cuando hacíamos aquellas guarradas era porque quizás estábamos con cierta ansiedad.
Oyes, le decía, espero que tengas el coño limpio, los juegos empezaban así, con simples preguntas como si fueramos a realizar un trato, un intercambio en donde pudiésemos ser engañados.
En las tardes de los domingos todo parecía lleno de paz. Por el hueco del patio de luces sólo podías observar los tendales que pendían de un lado al otro y el sonido de alguna televisión, llantos de niño, alguien que colocaba platos y algún gemido.
Yo le decía muchas veces, el creador nos ha hecho para andar a gatas, andamos erguidos por un error de cálculo, en realidad ella también estaba a cuatro patas sobre la cama y entonces desde la puerta yo me acercaba a cuatro patas sobre una gran alfombra llena de filigranas, dijéramos, reptaba en el sentido de acercarme sigiloso para no ser detectado por la hembra allí haciendo sus cositas sobre la cama, yo atraido por el olor de su culo, de su coño abierto, olisqueando en el ambiente que ella estaba esperando totalmente receptiba.
Desde la penumbra podía ver su amplio culo sobre la cama. Ciertos movimientos de su culo en un contoneo circular como habíamos acordado, así que seguí despacio hasta el borde y yo comencé a olisquear el cubre cama y el empapador que siempre colocaba para la ceremonia, empecé a oler sus piernas. Era evidente que aquella parte de su culo había sido perfumada ligeramente, debería repetirselo, a qué juegas con esas gotitas que me confunden. Ya dispuesto su coño, mi nariz metida todo lo prundo que daba, he de decir que no percibí ningun rastro extraño, debía decirselo, otra vez nada de gotitas de esencias.
A veces mientras le comía el coño elevaba mis ojos y podía ver un resquicio de cielo, muy diminuto, pero por el cañon del patio de luces llí estaba aquel azul como si me diese cierta esperanza. A veces era muy largo, y mi paciencia parecía agotarse, para que se corriese mi lengua tenía que orodarla todo lo profundo que podía, y era en ciertos movimientos con ritmo frenético y agotador. Sentía su bramido como un estertor animal, y yo me decía, menos mal.
Luego me subía sobre ella. Apoyaba mis manos sobre sus enormes espaldas y la entraba por el culo, no aguantaba mucho, ella me sacudía hacía los lados hasta que me iba, con mis ojos semicerrados sobre aquel punto azul del cielo.


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