DEPENDENCIA
¿Cómo es el tiempo?
(Los simples mortales jalonan el
tiempo).
Para abandonarnos lo primero que
hicimos fue no recibir noticias del mundo. Sin noticias del mundo es estar
abandonado. Un poco de luz por aquí, un poco de luz por allí. De la calle unos
pocos ruidos, algarabías de niño, rugidos de motor, y las aves del verano muy
gráciles subiendo a plomo, subiendo verticalmente para volver a dejarse caer
ingrávidamente. Nos abandonamos aún sabiendo que ya estábamos abandonados. Ella
se acercaba con la silla de ruedas a la cama. Ya se había levantado antes para
comprobar la realidad de nuestro abandono. Se acercaba muy despacio cuando yo
aún estaba de espaldas sobre el colchón tapado por una simple sábana de color
violeta, y me movía con su mano vieja y huesuda (moverme, no), era tocarme,
pasarme la mano por la espalda para despertarme. Supuestamente yo ya estaba
despierto, paradójicamente, haciendo un análisis existencial en la que Ella era
la otra parte razonada.
Tengo la impresión de que nunca
elucubraba sobre sucesos muy lejanos en el tiempo. Más bien eran hechos
inmediatos. De cómo percibía el mundo. O de cómo yo estaba en el mundo. Si mis
sentidos habían llegado a su fin para poder percibir, en toda su plenitud,
nítidamente el mundo.
Me dice, he empujado hasta aquí
tu sillita de ruedas. Pero antes date la vuelta mirando hacía el techo, y
levántate la camiseta y bájate los calzoncillos. Yo de alguna forma aún
estaba con los ojos cerrados casi sin haber llegado hasta la mañana, o habiendo
llegado hasta la mañana no me encontraba completamente despierto. Sentía la
toalla mojada por mi barriga, un desagradable frescor por mis ingles, por las
pantorrillas el jabón pegajoso, por debajo de los brazos aquel olor fuerte a
sudor como si fueran restos de amoniaco. Y una vez terminada su ablución
yo permanecía allí acostado boca abajo, o dada la vuelta, era indistinto, hasta
que retornaba en su sillita con una bandeja en el regazo y un vaso de leche y
galletas que yo, ligeramente sentado para poder deglutir, empezaba a disolver
en mi boca.
-¿Qué hemos decidido hoy
exactamente?
-Hoy no hemos decidido nada.
Digo un día, pero no es un día a
lo lejos, no es un día después de muchos días que casi olvido. Un día es ayer o
mañana. Ayer mismo, pero siempre dices: un día.
Es mejor pensar, desde no sé
cuando andamos con nuestros carritos a partir de las doce de la mañana por toda
la casa, son ejercicios de moverse, ida y vuelta por el pasillo, unos ocho
metros de pasillo intentando no cruzarnos (cruzándonos no cabemos, se lo
digo). Así que ella asoma en la puerta de la habitación y espera a que yo pase
hacía la cocina, ella emprende el trayecto y se mete al salón y yo salgo de la
cocina, y giro ciento ochenta grados en el salón y ella, a su vez, se mete en
la cocina para que yo pueda hacer de nuevo la recta del pasillo. Para meternos
en el baño (por un maldito resalte ), son maniobras especiales. Con sumo
cuidado circulamos sin intromisiones en el avance.
-Digo un día, pero puede ser el
día de hoy.
-A ciencia cierta para qué nombrar
los días.
-¿Es absolutamente necesario?
A una hora próxima al medido día,
a media jornada, ya lo habíamos decidido.
- Esto debería ser pronto el
final. Una vez abandonados. ¿Merece la pena seguir percibiendo la claridad?
Habíamos coincidido uno frente al
otro, y no teníamos espacio. Nos miramos por unos instantes.
Ya no podíamos cruzarnos más.
En realidad, ¿cómo es el tiempo?
Comentarios
abandonarse... me suena tan a humano, a pesar de todo lo que nos dicen de la valentía de vivir, de lo que podamos creer o no, ese deseo alguna vez asoma tras una esquina perdida
es como una eutanasia compartida, un suicidio conjunto; duro, duro y real, tan duro y real como la jodida vida
en fin, no quiero ponerme melodrámatica... que me ha gustado leerte, Kenit, like always