SIN NINGÚN FIN.
No era suficiente. A mi no me bastaba
levantarme sin nada qué hacer, y estar dando vueltas mientras ella
se tomaba el café y un pastelito. Luego se iba. Me asomaba a la
ventana y la veía caminar de aquella forma, hasta que su cabeza se
perdía en la esquina de la calle.
Mi mujer se había ido a su trabajo
diario, como cualquier persona muy decente.
Mi ceremonia para visitar a la otra
era cada dos días, cuando se llenaban mis testículos, debido a mi
edad un tanto senil el llenado era lento. Hacía tiempo que el semen
no me salía con forma de lombriz o ciempiés.
Poner en orden cualquier cosa es
sacarla de su situación ideal. Al poco rato la cosa está
neurasténica e insoportable, no puede vivir la cosa. Por eso yo me
duchaba cada tres días. Y en situación ideal me sentaba en el videt
y con agua fría me limpiaba el glande y el culo, a lo sumo con un
poco de jabón, y la toalla para secarme una y otra vez por la
barriga, ingles y demás.
Luego, unas gotas de perfume.
Mi polla olía a una granja de visones.
Subía al tercero por las escaleras,
siempre un grandioso camión de cerveza con unas lonas enormes allí
aparcado. Olía a pan y a un poco de pescado, y de los árboles hojas
de ese color a miércoles de ceniza.
El sortilegio era que la puerta se
abría sola a eso de las once de la mañana, y comenzaba el protocolo
sin muchas pausas. Yo arrodillado sobre una alfombra con ornamentos
orientales. Abrirle la bata, bajarle las bragas y ver su coño
desarreglado oliendo a jabón reciente, con aquellas gotitas de
perfume también. Era muy bestia la cosa. Sin presumir como si
tuviese un hambre de cuatro días.
Comer a bocados. Su coño se volvía de
reseco a suave. Mi lengua no sé hasta dónde le llegaba. Si fuera la
del diablo se la sacaría por el culo.
El día que ella por algún motivo
intestinal tuvo aquel desarreglo, casi sin darme cuenta de aquel olor
a levadura y aquella humedad en mi boca. Bajaba por sus piernas.
Hilitos de sabor ocre, un tanto afrutado, como a roble. Caca enorme
que cogía sin saberlo con mi boca y lubricaba al fin su mucosa de
histérica. Todo quedó como un cuadro más que moderno. Refocilado.
Tuvo que ser en primavera cuando le
dije que la amaba. Yo no tenía nada ya que hacer cuando ella se iba
a trabajar, las hojas seguían creciendo, la vida seguía. A veces
los niños con su griterío, imbéciles siempre, ya con depresión y
llenos de manías.
Siempre cuando bajaba tomaba un café
sólo, estando muy sólo en La Solana.
Aquel día me dijeron que tenía algo
de mierda en la boca.
No sé si sabes cómo huele la tierra.
No sé si sabes cómo hueles tú por
dentro.
Los mataderos.
Las guerras.
En el espejo pude verme. A veces
bastaba una mirada para comprender que estaba sólo. Siempre
esperando a que llegara la noche, sin ningún fin.
Comentarios
Salut
Todos los infiernos que hay están en este.
Un saludito.