LA TERAPIA.

 


El Centro, en su segunda planta, se alza como un pequeño laberinto de pasillos, de puertas cerradas, y ecos huecos al caminar sobre los azulejos con olor a lejía, un lugar donde el aire olía a edificio viejo, dándome aquella sensación, cuando lo visitaba, de una frustración lleno de futuros inciertos.
Allí me enseñaron, como ellos decían, a domesticar la madera, pero mis manos, torpes aprendices, solo extraían astillas de una superficie fría y obstinada. La madera permanecía indiferente, como un secreto que se negaba a revelarse bajo mis dedos. Luego vino la hojalata, láminas escurridizas que se doblaban con un quejido metálico, y el cableado fino y maleable de hierro, hebras tenues que ofrecían la promesa de una estructura, aunque fuera frágil. Con el plomo pesado, intenté crear diminutos ventanales policromados de colores irreales, una belleza que parecía florecer a pesar de mi carga, como una flor extraña en un terreno baldío.
A veces me llamaban de nuevo, para escarbar en mi interior en busca de esa escurridiza "vocación" que debían plasmar en un papel frío y oficial lleno de casillitas. "¿Sientes algo? ¿Algún presentimiento de ilusión?" La pregunta flotaba en el aire denso, amenazando con revivir la angustia de hace dos años, cuando las sesiones de psicoterapia intentaron, sin éxito aparente, recomponer los pedazos rotos de mi alma. Después llegaron las sombras de los periodos psicóticos, miedos viscosos que aún reptan por los rincones de mi mente deslizándose lentamente.
El tratamiento con cuatro pastillas al día me infló como un globo, dejando mi cuerpo pesado y mi mente aletargada por las noches, con el labio inferior colgando lleno de hilillos finos de saliva, una máscara de extrañeza. Mis sobrinos, a veces, retrocedían con cautela ante mi presencia; otras, envalentonados por la compañía, se reían de esa nueva torpeza que me envolvía.
Aun así, me esforzaba por ofrecerles una historia coherente, un hilo conductor que uniera mi presente confuso con el pasado de mis hermanos, hermanas, mi padre, incluso el primo disminuido. Algunas veces, lograba articular pensamientos creíbles, frases que parecían tener un anclaje en la realidad compartida. Los otros pensamientos, los que danzaban al borde de lo imposible, se los contaba a mi manera, adornados con los colores de mi propia lógica, lo que probablemente los hacía aún más incomprensibles.
Lo que realmente desconcertaba al “personal” eran mis largas permanencias de días y días sin salir de casa, tantas horas extrañas, llenas de una inquietud palpable. Siempre con esa punzada, ese presentimiento de que mi madre me acechaba desde algún rincón oscuro, aunque la casa estuviera vacía. La sensación de no ser deseada era un peso constante en el pecho. Luego estaba mi cuñado que se deslizaba en esos momentos de soledad, aprovechándose de mi vulnerabilidad. A veces me cogía de pie por atrás contra la pared dándome bruscos tirones hasta que se iba "corriéndose"sobre mi culo, y simplemente me dejaba allí, tirada en el silencio, marchándose como una sombra, arrastrándose casi invisible sobre la moqueta, como una rata que huye sin dejar rastro.
Ahora estoy aquí, a las cuatro de la tarde, bajo la luz artificial de este despacho, intentando desentrañar el misterio de mis propias habilidades. A veces, mis manos se mueven con una gracia inesperada, como si recordaran una melodía olvidada. Otras veces, con unas tijeras desafiladas, logro recortar figuras fugaces en las páginas finas de una revista, formas que nacen de la casualidad y se desvanecen rápidamente.
Pero lo que realmente se mueve con una vida propia son mis pies. Sentada, a veces, los dejo danzar sobre el suelo, un ritmo instintivo, una música silenciosa que brota de algún lugar profundo. Me parece que ese "tecleteo" constante sobre las baldosas intenta decirme algo, un mensaje cifrado que aún no logro descifrar. Suenan a algo que no identifico..., como si el suelo mismo quisiera contarme una historia, llena de soledad, que aún no conozco.

Comentarios

Carmen ha dicho que…
Observo algún pequeño detalle diferente al mismo texto publicado en otro lugar. Lo arreglas. ¿Para quién..?
Por otro lado es un texto realmente significativo para mí.
La diacapacidad intelectual, también el trastorno mental que muchas veces van de la mano, me caen cerca.
El abuso y las situaciones de indefensión me abominan.
El monstruo del rechazo me asusta.
Idus_druida ha dicho que…
Sí, Carmen. Algunos textos que publico son de hace años. Este en concreto puede que tenga 10 años o más. Muchos los tengo en este blog. Y puede que lo haya subido aquí como estaba cuando lo escribí, o más tarde veces la gente me manda privados diciéndome lo que ven mal. Ya ves. Si los pongo en el facebook otra vez , suelo revisarlos, algunos podían tener hasta faltas de ortografía. Yo estudie teleco, tengo muy poca formación de lenguaje: sintaxis, puntuación, entrecomillados etc. Suelo repasarlos, los edito de nuevo y quito cosas, y pongo otras cosas que me parece que están mejor, y cuando veo que me gusta lo cuelgo. Otras veces hago una versión nueva. Es una forma de mover la imaginación. Un abrazo.
Carmen ha dicho que…
Está bien lo que haces si es que a ti te resulta coherente y satisfactorio.
¿Gente que te dice lo que ve mal? ¡Al cuerno! Eso siempre es relativo. Claro que hay que tener un mínimo conocimiento para escribir, pero nadie puede limitarte a la hora de plasmar lo que quieras y expresarte como te de la gana.
Muchas veces pienso, cuando veo un gazapo gramatical, cosa que ocurre casi en exclusiva en los relatos de historias más bizarras y convulsas, que de otra manera el narrador, o el personaje, no sería tan creíble.
Alguno de tus entendidos tiene que saber eso también.
No te arrugues por lo que crees una carencia, con lo que antaño nos enseñaban hasta COU de Lengua y Literatura, aunque luego no hayas tenido asignaturas de letras en tu currículo, ya puedes hacer algo. Algo como escribir cosas completamente nuevas también.
Piensa que en diez años, nosotros mismos cambiamos, ¡normal que tengas otras cosas que decir!

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