LA SIMIENTE.
Otra vez domingo
No puedo expiar ningún pecado. Lo sensual era por obra y gracia. Y estaban aquellas flores —no las de los jardines, sino las que brotan en la lengua cuando alguien pronuncia mi nombre en voz baja. Todo lo que era hermoso estaba allí, junto a una ventana sin marco, abierta al cielo irregular, cuarteado por nubes como las grietas de un espejo que ha visto demasiados rostros.
Podría apretarte todos los días cuando sea domingo. Sin prisas, sin la impaciencia de los vivos. Solo la liturgia de los cuerpos, deslizándose como un rezo hacia ninguna parte. Y buscar nuevos enigmas debajo de la mesa, donde alguna vez ocultamos las cartas que no quisimos leer. En las estanterías, donde los libros susurran frases olvidadas y a veces alguien —nadie— responde.
Los pensamientos nos invitan a la memoria. Nos arrastran a la orilla de lo que fuimos. No hay reglas invariables en nuestras secuencias, solo la sorpresa del eco. Hace una semana otra vez aquí, cuando todo era un silencio con forma de cuchillo. Dispuestos a emprender el viaje por el mar Amarillo, donde naufragan los que amaron demasiado.
Hubo una vez. Un beso. Lo recuerdo. Lo repito como un mantra de carne. Otra vez alas. Y otro beso. Uno diminuto y otro grande. Y con cada beso el mundo retrocedía, como asustado de su propia claridad.
No debo rezar en este infierno el pan nuestro. Aquí no se reza, aquí se susurra, se maldice, se ama con la boca abierta. Nada nos es dado que no vaya a suceder por un designio. Pero no sé si ese designio es de un dios o de una ausencia. La soledad, no el silencio, la soledad. Como una sábana húmeda sobre el pecho.
Otra vez las manos. A tientas, como buscando la forma que se oculta. Acaso, y cosas de los ojos. Porque a veces los ojos también tiemblan, también lloran sin lágrimas. Cuando comprendía que era para amarnos durante un tiempo. Toda la vida, nunca. Ese tiempo elástico que se estira y se encoge hasta desaparecer como un latido sin cuerpo.
Otra vez como, así, como vienes hasta mi hombro haciendo una hilera de besos. Como si en cada uno plantaras una semilla que sólo germina en el invierno. Y la piel se me da vueltas. No sé qué ocurre, si es domingo, y aún no ha llegado esa triste historia del olvido. Esa historia que todos conocen pero que nadie sabe contar. La historia donde tú y yo dejamos de ser pronombres.
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