GUIÑOL.




En los confines de una realidad desdibujada, donde la luz se negaba a ser más que un tenue parpadeo, existían tres sombras: la Duda, la Incertidumbre y la Locura. No eran seres en sí mismos, sino ecos persistentes de una existencia fragmentada, resonando en la penumbra de un escenario sin fin. La Duda era una chispa que, lejos de iluminar, solo hacía más visible la negrura circundante. La Incertidumbre, una niebla densa que envolvía cada susurro, cada intento de encontrar un sentido. Y la Locura, no un fin, sino una puerta al abismo, un respiro que arrastraba a quien se atrevía a cruzarla.

Un día, la Duda y la Incertidumbre, en su perpetuo diálogo de murmullos, se toparon con la Locura. "¿Para qué existimos?", preguntó la Duda, su voz apenas un hilo. "Para no saber", respondió la Locura con una sonrisa gélida, "para abrir la herida y mirar dentro, sin remedio". La Incertidumbre, atrapada en su propia repetición, añadió: "El sentido es un reflejo roto en un charco de confusión, y ese charco, la mente". Así, en ese ciclo incesante de preguntas sin respuesta, los tres se encontraban en una prisión de pensamientos, una cárcel donde el conflicto se agitaba sin cesar.

A este escenario desolador se unieron dos figuras más: el Esquizofrénico, un alma consumida por los ecos y las voces partidas, y el Pensador, un ser sereno pero abrumado por el peso de la observación. De la nada, o quizás de la propia penumbra, emergió un Ente, incorpóreo y difuso, la manifestación de lo inaceptable, la duda hecha carne. El Esquizofrénico, en su tormento, se aferraba a la idea de que el Ente era su delirio, su condena, intentando matarlo con un puñal de aire, sin comprender que no se puede destruir lo que no existe. El Pensador, con calma desgastada, solo podía observar cómo la lucha inútil del Esquizofrénico alimentaba la propia locura. "La vigilia es un espejismo", susurró el Ente, "la realidad, un teatro sin público. La duda, la única verdad constante".

La batalla del Esquizofrénico contra el Ente era la batalla contra sí mismo, contra los fragmentos rotos que buscaban sentido en la fragmentación. El Pensador, con resignación, se preguntaba si acaso la única paz no residía en aceptar que el eco era la voz de todos, y que la verdadera lucha era interna. Y así, en medio de la confusión y el grito, la voz del Ente se desvaneció con un último susurro: "Acepta… y quizás entonces deje de ser tormenta".

Cuando la oscuridad parecía haberse asentado, una voz profunda y distante resonó desde fuera del escenario. "¡Arriba, títeres! ¡Actúen! ¡Obedezcan el guion!". El Esquizofrénico, confundido, miró a su alrededor, mientras el Pensador, con una mirada profunda, se preguntó si acaso eran meras marionetas, con hilos invisibles tirando de sus miembros. El Ente, reaparecido como un susurro burlón, confirmó sus temores: "Toda libertad es ilusión. Toda lucha, una coreografía".

La voz del Operador, más fuerte esta vez, sentenció: "Eres la sombra de un pensamiento, la risa rota de un sueño. Sin mí, no existes". El Esquizofrénico, agotado, solo pudo susurrar: "¿Y qué queda para nosotros? ¿Solo obedecer el guion?". La respuesta, rotunda, flotó en el aire: "Solo eso y la eternidad de repetir la escena".

Y así, en el escenario vacío, las sombras de la Duda, la Incertidumbre y la Locura se fundieron con el Esquizofrénico y el Pensador, inmóviles. El telón bajó lentamente, dejando tras de sí solo el eco lejano de una voz. En ese universo absurdo, donde la realidad era un guion y la existencia una eterna repetición, la única chispa visible no era la que iluminaba, sino la que desvelaba la profunda y desoladora oscuridad de saberse títeres en un teatro sin público, condenados a danzar sin sentido al ritmo de una mano invisible. La verdadera revelación, entonces, no era la de una verdad trascendente, sino la de la ausencia de ella, la aceptación de un absurdo insondable.

De lo alto de una plataforma de madera, terminada en escalera descendieron dos titiriteros, que entrenaban la escena de una próxima representación. Quedaban allí recostados sobre el pequeño escenario, todos los personajes, a la espera, otra vez  ya sin vida, ya sin dudas, esperando para vivir de nuevo una tragicómica situación de lo que los humanos llamaban existencia.


Comentarios

Carmen ha dicho que…
Ciertamente, así representado es trágico. Yo diría puramente trágico y no tragicómico.
Prefiero pensar que, aparte de vivir sobre el escenario, siempre hay un cajón donde el guiñol descansa al amparo de miradas y antojos.
¿Te has preguntado alguna vez qué hacen esos seres de tela y plástico cuando se recogen de la vida de lo representado, cuando los hilos no están tensos y nadie puede encender un foco sobre sus movimientos?
Idus_druida ha dicho que…
Tú pregunta, Carmen, es, como se dice ahora, complicada. Cuando los hilos no están tensos esos personajes del guiñol es como si fueran a la deriva. Mi relato quizás es algo irracional. Lo que escribí sería mejor con diálogos de teatro, que no es mi fuerte. Un abrazo.
Carmen ha dicho que…
En realidad no hay nada totalmente irracional. Somos seres inevitablemente racionales que, salvo en actos puntuales muy extremos, arrastran esa condición hasta en los escritos más peregrinos.
Respecto de la deriva de tus personajes cuando los hilos se destensan, piensa en una cosa: cuando las fuerzas externas quieren dominarnos, en ocasiones, viene bien dejarse llevar por un lapso. Esto evita la lucha excesiva, el agotamiento subsiguiente y nos permite mantenernos a la espera de tiempos mejores. Tiempos en los que podamos retomar el gobierno de nuestros propios hilos. Véase el ejemplo de un náufrago que sabe dosificar sus esfuerzos para salvarse.
Es un relato bien escrito, al menos para mi gusto. ☺️
Un abrazo. Feliz día.
Idus_druida ha dicho que…
Bueno,Carmen, tu reflexión me hizo pensar un poco. Esa imagen de los hilos que se tensan y se destensan me parece profundamente lúcida. No sé, hasta cierto punto, hay algo de verdad en esa semejanza entre nuestra existencia y un guiñol: no porque seamos meros muñecos sin voluntad, sino porque estamos inevitablemente sujetos a fuerzas —internas y externas— que nos mueven, nos frenan o nos sueltan. Yo soy muy de la teoría de la incertidumbre, profundicé en ella, aunque la parte matemática te hace indigestión...
Me ha parecido especialmente acertada tu idea de que no hay nada totalmente irracional. Incluso en nuestras aparentes incoherencias hay una lógica que obedece a mecanismos más profundos, a veces oscuros, pero no por ello arbitrarios. En los textos más caóticos, en los actos más desconcertantes, late todavía esa racionalidad de fondo que mencionas.
Me parece acertada tu sugerencia de dejarnos llevar un momento, como hace el náufrago que sabe esperar. No se trata de rendirse, sino de entender cuándo es tiempo de actuar y cuándo lo es de recogerse, de flotar, de conservar fuerzas para cuando podamos recuperar el control de nuestros hilos.
Bueno, Carmen, que tengas un buen Jueves, ya ahora, cuando escribo esto, una buena tarde.
Un abrazo.
Carmen ha dicho que…
Gracias por tu respuesta. Profundizaré en la Teoría de la Incertidumbre ya que a ti te parece tan interesante. Sin la parte matemática, porque si a ti te hace indigestión a mí puede que me provoque un shock 😅.
Feliz tarde. Un abrazo.
Idus_druida ha dicho que…
Sí, Carmen. Mejor analizarlo desde el punto de vista filosófico y también existencial. Sin duda
que llena las situaciones, que parecen normales, de misterio.
Nos recuerda que vivimos en un universo de posibilidades, no de certezas absolutas, y que el misterio no es una carencia, sino una dimensión esencial de lo real. Sabes, yo ya hace tiempo que lo de la certeza ya lo he abandonado, sé que nada es absoluto, sobre todo cuando tienes que vivir situaciones criticas. Un abrazo.

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