RETRETE.

 

La tristeza del retrete

Desde hace un tiempo, las nectarinas, los melocotones y las ciruelas claudias me saben a sombra. Como si la fruta llevara dentro una amargura antigua, agria, en fermento. Algo me ocurre. El cuerpo se me ha vuelto un invernadero de podredumbre.

Voy al retrete con una frecuencia desoladora, como quien acude a una cita con su espectro. Lo que dejo allí no me gusta: verde oscuro, a veces color pistacho, salpicaduras altas, y el paso calamitoso de la escobilla dejando atrás las inevitables gotitas de mierda, adheridas como la culpa. Llevo una estadística: diez meadas al día, ciento veinticinco mililitros por descarga. Mido en un tarro de cristal de espárragos. Al trasluz, la orina parece vino fino, La Ina, un ambarino perfecto, limpio, como si el cuerpo quisiera disimular lo que ya no puede sostenerse.

Me recreo en el váter, leyendo el periódico largo rato. El médico dice que eso no es bueno para las almorranas, porque las tapas de plástico ceden y abren el ano como un mal presagio. Pueden prolapsarse, reventar, y sangrar como si te hubieran degollado el culo. Una vez me pasó. La sangre bajaba por los pantalones como si llevara dentro una herida antigua, vergonzosa, que por fin se hubiera atrevido a decir su nombre.

Hace dos años me operaron: hemorroides internas y externas de cuarto grado, con láser. Lo recuerdo como un renacer. Las erecciones mejoraron, el sexo volvió como un dios limpio y vertical. Ya no dolía el anillo, ni inflamaba el alma.

Pero unos meses después, en un arrebato de pasión mal encauzada, cerré el esfínter para endurecer la erección. Fue como apretar la compuerta de una represa sin saber que el agua ya había encontrado grietas. Un dolor agudo me cruzó como un rayo, y desde entonces el vigor se fue, y con él la certeza del deseo. La sangre ya no respondía, y sentí que se desviaba, que se escapaba por las venas de la pierna derecha, que me abandonaba con una mueca. A veces noto como si llevara un pañal invisible, húmedo, insulso. Al tacto, nada duele. Pero ahí está: esa sensación sorda de estar siendo absorbido hacia el declive.

Seguí forzando. Otra relación. Tres meses intensos. Repetíamos, como quien quiere borrar la ruina a fuerza de cuerpos. Y un día, el testículo derecho crujió por dentro: pinchazo seco en la ingle, el abdomen contrayéndose como ante un golpe invisible, el huevo encogiéndose como si quisiera huir. Tras eyacular, volvió a su sitio, pero ya no fue igual.

Ahora, al ver una mujer hermosa, los testículos duelen. No hay erección, sólo una pulsión triste, caliente, estéril. Dolor en la pierna, sensación de pañal, libido en fuga. Ella lo notó. Me buscó en septiembre, por lo pendiente de la universidad, y me encontró aguado, torpe, disuelto. No repetimos. Yo creo que desde entonces busca otra boca. Otra virilidad que no le huela a derrota.

¿Será el esfínter? ¿Será ciática, como dice la médica? ¿Pero quién conoce a alguien que por apretar el culo le duela la pierna? Sospecho que es algo más profundo, más vascular, algo prostático, quizá hormonal. ¿Y si tengo la testosterona baja? Tengo 42 años. No debería, pienso. No tan pronto.

Todo ha ocurrido tan rápido. No es envejecimiento. Es otra cosa. Algo se ha roto, y yo estoy intentando escuchar cómo suena esa grieta.

Sigo comiendo ciruelas claudias. Me ayudan. Defeco de un tirón, a veces me salpico el culo, y después me quedo largo rato, leyendo como si aún estuviera vivo. Antes me gustaba más: con todas mis almorranas, apretando como quien saca oro de una mina. Dolía, pero había resistencia. Ahora no: ahora todo se desliza demasiado fácil, demasiado indiferente.

Paso media hora en el bidet, quitando manchas como quien borra señales de una pelea. Mis calzoncillos me huelen mal cuando voy al baile. Me siento un apestado. Un hombre comienza a estar solo cuando caga mal.

A veces, miro el remolino del váter. Ese viaje silencioso al fondo del mar. Y siento que algo mío también se va, se pierde en la tubería. Y me invade una tristeza antigua, redonda, que no sabía que estaba allí, esperándome.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
un tanto escatologico, es literario.

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