ANTENA.

 


Con un hilo de cobre despierto la noche,

mi antena respira, del aire recoge
susurros metálicos, trinos de acero,
aves invisibles que cruzan el cielo.

No son gorriones ni alondras perdidas,
son alas de hierro que llevan la vida,
con rumbo trazado por ondas secretas,
cantan su código en lenguas discretas.

El éter se abre, lo humano aparece,
transpondedor tenue que nunca enmudece.
Y yo, desde abajo, con manos de fuego,
descifro el misterio, me uno a su juego.

Escuchar el cielo es rozar la distancia,
mapear la deriva, trazar la fragancia
de vuelos que giran sin pausa ni fin,
dibujan el mundo sobre un tambor sin violín.

Así me convierto en guardián de señales,
poeta del aire, lector de portales.
Y mientras la antena me entrega su don,
siento que el cosmos me habla en canción.

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