TRANSPONDEDOR.



 En el radar del universo,

nadie vigila.
Solo billones y billones de puntos titilando,
cada humano con su transpondedor invisible,
gritando su código ICAO:
olor, odio, amor, pasión, cólera
sentimiento
incertidumbres
locura
valentía...

Unos emiten con fuerza,
se ven desde lejos,
otros apenas son un susurro
que el cosmos olvida en el ruido.

No hay torre de control.
No hay Dios,
no hay demonio.
Solo señales que se entrecruzan,
como pájaros de radio
chocando en la noche.

El infierno es estático,
es interferencia,
es el eco de tu propia voz
cuando nadie la decodifica.

El paraíso, quizá,
sea encontrar un receptor
que entienda tu frecuencia exacta,
sin errores de CRC,
sin distorsión.

Y así seguimos,
aviones fantasma en un cielo sin dueño,
viviendo como casualidad complicada,
orbitando entre los silencios,
ululando en este mundo
donde la única verdad
es la señal efímera que dejamos.

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