ESPALDA.


 

He medido sus proporciones
en todo lo que podría suceder,
en lo que no ha sucedido
y en lo que, quizá, nunca sabré si sucederá.

Su espalda —un plano exhausto por el tiempo—
parecía hecha de la materia de los días secos,
de la geometría del límite.

Cuanto más la besaba,
más me era imposible distinguir el deseo
del recuerdo de desearla.

Pensaba en todo lo que me apetecía,
en cómo acercarla más,
no solo a mi boca,
sino a la idea de mi boca.

Por si acaso esta vez —
la última, o la primera disfrazada—
había calculado mal
las medidas de su alma,
y el error era, en realidad,
la única forma humana de medir
la dimensión de los recuerdos.

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