Entradas

EL GARBANZO.

Imagen
  El hombre que estaba presente era una institución. Tras varios intentos de suicidio fallidos, comenzó a creerse inmortal. Y así lo proclamaba en las sidrerías con una algarabía desbordante. Se hacía llamar el Inmortal de Pénjamo. A veces irrumpía en los bares empuñando pistolas de juguete, que blandía con destreza, girándolas sobre sus manos antes de enfundarlas en cartucheras forradas de papel de aluminio. Lo normal era que pidiera una lata de berberechos y un palillero, acompañados de un vaso de vino. Picoteaba con parsimonia, como un pájaro, en medio de la barra casi desierta por las mañanas, cuando el frío de noviembre se colaba por la puerta cada vez que alguien la abría. Otro día, se autodenominaba Penácaro y aseguraba ser saxofonista. Para dar credibilidad a su personaje, cargaba sobre el hombro un cepillo de barrer y soplaba el mango con parsimonia, mientras sus dedos recorrían los agujeritos dibujados a bolígrafo sobre la madera. Los días transcurrían entre el serrín esp...

TIC-TAC,

Imagen
  El tiempo, como un manto invisible, se posa sobre los hombros con la delicadeza de una telaraña. Uno no se da cuenta hasta que el polvo de los años se vuelve costra, hasta que la piel misma comienza a sentir repulsa por la calidez de una caricia. No cabe duda de que, con los días, con los meses, con las estaciones marchitas, uno se hace más sutil. Más falso. Caminar la ciudad es aprender a mirar de forma obtusa. Es entender que los reflejos en los escaparates son menos ciertos que las sombras proyectadas en las paredes. Y así, de tanto andar, los pasos se vuelven indolentes; los pies dejan de esquivar las palomas que picotean migajas en las manos infantiles. Se las pisa sin premeditación, como si fueran parte del asfalto, como si su pequeño aleteo no significara nada en el devenir del día. Ni siquiera la sangre derramada en las aceras, licuada en el ocaso ardiente, detiene el andar. La sangría del sol en las tardes de verano no conmueve. Nada conmueve ya. Cuando la noche desplieg...

LOCURA DE AMOR.

Imagen
  El movimiento discordante en mi corazón comenzó sin aviso, como un latido fuera de tiempo, como si el órgano hubiera decidido bailar al ritmo de algo que no era la vida, sino su sombra acelerada. Me senté bruscamente, con ese vuelco torpe que hace el cuerpo cuando intenta huir de sí mismo. Ella estaba allí, frente a mí, y yo, con mi manía de olerla, me dejaba llevar por esa costumbre que siempre me deparaba sorpresas impredecibles. Su cuello, sus hombros, eran una pradera vasta y yerma, hierba seca bajo un sol inclemente. Y su coño... fragante, ambrosíaco, aliáceo, caprino, impuro, nauseabundo. Un territorio húmedo y salvaje, un abismo que olía a pecado y a traición. Hice como que bebía de él, como que me saciaba de su veneno, pero sabía que no era mío. No del todo. Había estado con otro. La muy zorra, la muy puta, la muy mía. Lo supe en el instante en que levanté los ojos desde aquella postura sumisa, desde aquel acto de devoción perversa. Y entonces lo vi todo. Su cuerpo era un...

COLORES.

Imagen
  Aquel día, cuando la maestra abrió el cuento de tapas de cartón y emergió aquel fuelle de colores, el mundo, para mí, adquirió otra dimensión. A mis ocho años, el papel cobró vida por primera vez. Uno a uno, pasamos junto a la mesa de la maestra, abriendo el libro con el más absoluto cuidado. Primero surgían las imperfecciones de las dobleces, pequeñas fracturas en la superficie; luego, como si despertara de un sueño, aquella cascada de colores se desplegaba ante nuestros ojos: pájaros de alas vibrantes, caminos serpenteantes, el pueblo diminuto, el valle verde… Todo un estallido de tonalidades, reflejo de aquel paisaje que, sin darnos cuenta, habitábamos cada día. Pero jamás lo habíamos visto así, con esa potencia, con ese hechizo. Aquella lección trataba sobre los colores. Y desde ese día, para mí, los colores ya no eran meras apariencias: estaban en las cosas, formaban parte de su esencia, habían sido creados así, como los ángeles y los arcángeles. Saberlo me llenaba de júbilo...

SOBRE LA LUZ.

Imagen
  De cada aportación que hago al mundo, una parte se queda suspendida en el aire, como un aliento sin dueño, flotando entre la brisa de lo que fui. Otra exigua se va en calor, en esa tibieza que resguarda el pulso, la fragilidad de mi sangre latiendo contra la noche. La luz me aporta su parte de sombra, un rincón donde reposo mi nombre y lo olvido, donde la penumbra se vuelve un resquicio para que el tiempo pase de puntillas sobre mi piel. Los pensamientos me atan, obsesivos, dibujando arabescos en la memoria, hilos sutiles que me sostienen y me desgarran, como si vivir fuera el arte de ser atrapado en la red de uno mismo. Los pasos que doy me alejan, me desgastan, cada uno restando un grano de arena a mi cuerpo, como si mi existencia no fuera más que un desmoronarse lento hacia la nada. Dejo rastros: los detritos que arrojo, lo que transpiro, las cosas que muevo sin saber si importan, los suspiros que sueltan las cosas cuando las cambio de lugar. Imagino un mundo m...

EL PESO DEL ALMA.

Imagen
  Después de deambular por lo que me pareció una eternidad, hubo un instante preciso en el que lo recordé, y me dije: “vaya, si ya es la hora de darme la vuelta y retornar”. «Sugiere la puerta que la abras», susurró una voz que no alcanzaba a identificar dentro de mi. El silencio se extendió como un manto invisible, denso y absoluto. Pero en ese giro, en ese retorno, algo se reveló ante mí: el lugar al que realmente pertenezco, esa sensación familiar de olores y recuerdos. Todo cobró un significado nuevo, distinto, inaprensible. De pronto, los rostros colgados de las paredes comenzaron a disolverse en mi memoria, esto que me pasa es cíclico desde hace tiempo. Dentro de los desconocidos yo no recordaba más que a cuatro desconocidos, y de entre los conocidos, apenas a tres de una forma un tanto borrosa. ¿Debo cerrar la puerta? ¿Sellar el espacio que sobra tras de mí? ¿Y si lo hiciera, debería habitarlo por completo, para tomarlo como mi cueva, o mi cubil? La desproporción entre lo qu...

YA TE LO DECÍA YO.

Imagen
  Después de haber deambulado durante lo que me pareció una eternidad, hubo un instante preciso en el que recordé: era hora de darme la vuelta. «Sugiere la puerta que la abras», susurró la voz que no alcanzaba a identificar. El silencio se extendió por el espacio como un manto invisible, pero en su regreso, en ese giro, sentí que algo me revelaba el lugar al que realmente pertenezco. Era sublime, como si todo cobrara un significado nuevo y distinto. De pronto, los rostros comenzaron a desvanecerse de mi memoria. Ya no recordaba más que a cuatro desconocidos, y de los conocidos, apenas a tres. ¿Debo cerrar la puerta, sellar el espacio que sobra tras de mí? ¿Y, si lo hiciera, debo habitarlo por completo? Es sublime la desproporción entre lo que soy y lo que está fuera de mí. En mi interior, no hay nada; fuera de mí, no puedo abarcar lo que existe. Siempre esa sensación de inmensidad, de vacío, y sin embargo, de plenitud. Hace algún tiempo comencé a percibir la presencia de los áca...

LA CARCOMA.

Imagen
  CUANDO POR LA NOCHE hay mucho silencio, se escuchan las carcomas horadar las vigas largueras. A veces pienso que están dentro de mí, royéndome, devorándome. No hay nada más íntimo que estar solo en medio de un silencio tan denso que no puedes apartarlo con las manos. Si es de noche, el silencio se vuelve tan espeso que parece tangible, como una niebla que se adhiere a la piel. Dana se fue el mes pasado, en abril, y no la esparcí por las laderas de Pastur. Es una promesa incumplida a una muerta. La tengo dentro de la lacena, junto a los tarros vacíos que solíamos usar para hacer mermelada de manzana. Se me ocurrió ir bebiéndola con el café, mezclada con el azúcar, que lo tornaba de un color pardo. Todos los que venían a verme llevan un poco de Dana en sus entrañas, o al menos eso supongo. No sé si queda algo allí, en las entrañas, o si se expulsa, si se convierte en excremento u orina, y a dónde va después: si al río, por la torrentera, o si se queda en la tierra, o en el cuerpo c...