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ÁRBOL.

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Veo un árbol.Tú ves ese árbol. La luz es la misma, la distancia igual, pero cada hoja lleva un secreto distinto en mis ojos, en los tuyos. Intentamos nombrarlo, medirlo, encerrarlo en palabras, líneas, fórmulas… pero siempre se escapa un suspiro, un matiz que no cabe en ningún diccionario, un color que sólo existe en nuestra mirada. Definirlo sería robarlo, sería decir que el mundo se pliega a un lenguaje. Pero lo que vemos es libre, y esa libertad nos pertenece solo a nosotros, como un instante que nadie puede replicar. Lo que veo no cabe en palabras; lo que ves no cabe en las mías. Cada mirada es un instante único, un secreto que solo nos pertenece.

BOTELLA DE KLEIN.

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  Era un día de calor extremo en Aldea Duque . El polvo del camino se pegaba al sudor y convertía la ropa en costra. A las cuatro de la tarde , cuando la sombra se encoge y ni los perros ladran, Pesno de Aldua , borracho de renombre, cruzó tambaleando la plaza y entró en La Parada del Carro . El cantinero, Amercio , lo miró con fastidio. Pesno, con la camisa abierta, el pelo enmarañado y los pies casi descalzos, apoyó los codos sobre la barra. El aire estaba pesado, como si la tarde fuera un horno invisible. —Amercio… —balbuceó, con la voz seca como la tierra del camino—. Dame una botella. Pero no cualquiera. Dame… una botella de Klein llena de vino . Amercio dejó de limpiar el vaso. Lo observó en silencio. —¿Y para qué quieres eso, si ni el demonio podría llenarla? Pesno sonrió con los labios partidos. —Porque yo bebo para vaciarme… pero nunca termino. Siempre queda dentro lo que quiero olvidar. Si me das una botella que nunca pueda llenarse, tal vez tampoco nunca se vacíe. A...

GODEL,ESCHER,BACH

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  A través de una galería con ventanales que se deslizaban hacia arriba, entraba una claridad blanca, casi plena. Tras ellos se agitaban despacio los ramajes de dos higueras, y sobre una repisa tres tiestos mostraban grandes helechos abiertos hacia los lados, como si custodiaran, una y otra vez, el aire suave que los movía. En el pueblo de Las Frondas, las campanas a veces se repetían como si fueran una premonición: ecos de sí mismas, insistentes e iguales. Cerca de la carretera general, en una casa blanca, vivía Manuel Veiga das Folias, un hombre de espíritu curioso, lo más sobresaliente intelectualmente en aquella zona apartada. Manuel tenía la extraña manía de escribir diarios en los que cada página hablaba de la anterior y anunciaba la siguiente, como si sus cuadernos fueran espejos que se contemplaban sin descanso. Cuando el sol caía hacia poniente y teñía el aire de un violeta insólito, Manuel solía detenerse en las hojas de los helechos. Descubría en ellas un secreto: cada p...

ESPLENDOR EN EL MAJUELO.

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  El sol apenas despuntaba en la amanecida, cuando los hombres de Arrumias del Fuego Santo ya estaban en el majuelo, encendiendo con cuidado los rastrojos secos. El humo blanco se alzaba en espirales, lento y denso, llenando el aire de un olor familiar, a campo viejo y ceniza fresca. Los chavales ya esclavos del campo, mirábamos con los ojos brillantes de curiosidad, desde la linde, fascinados y algo temerosos. Aquello parecía un rito ancestral: el fuego corría ligero sobre la hierba alta y seca, los mayores, con azadas y ramas verdes, lo contenían, domándolo como a una fiera que sólo ellos sabían manejar. No se trataba de destruir, sino de preparar. El fuego abría paso a la vida: donde antes había monte bajo, jaras y matorral de berzo, pronto habría surcos rectos y oscuros, esperando la semilla. Después vendrían los arados, el estiércol de las cuadras, el canto del agua en las acequias, la lluvia, y al fin, el milagro del grano. Con el tiempo, aquellas laderas peladas se harían ca...

DIGITÓN.

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  Amaneció sin dígitos. No hubo alarma, ni reloj, ni fecha marcada en la pantalla. Las calles parecían las mismas, pero todo lo que vivía en el interior invisible de los circuitos había muerto durante la noche. Al principio, algunos pensaron en un apagón masivo. Otros culparon al sol, a una tormenta magnética. Pero no había humo en los servidores, ni cables cortados. Solo silencio. Silencio puro, sin latencia ni parpadeo. Los ingenieros, incrédulos, conectaban sus instrumentos, pero estos devolvían un vacío absoluto: —No hay señales —susurraban—. Ni unos, ni ceros. Era imposible de concebir: el alfabeto de la era había desaparecido. El código binario, fundamento de toda máquina, había sido… borrado. No reemplazado por otro patrón: eliminado, como si nunca hubiese existido. Las memorias eran cascarones huecos, los discos duros, desiertos. Y en ese hueco comenzó a crecer algo extraño: una sensación fría, reptante, como si el propio tiempo se hubiera roto. La humanidad entera que...

AMOR.

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  Te escribo desde aquí. Llevo dos horas encadenado a un poste del teléfono, porque quiero verte, y doy voces como un poseído por esta injusticia. Los municipales sólo atienden crisis nerviosas, no crisis de amor. Y los del 091 pasan de largo. Me preguntaste: —¿Y si me apareciera por la noche, qué me harías? Y yo te dije: —Te empalaría. Ya me entiendes: finamente, te la metería por detrás. Según llegas, a la izquierda, contra la pared. Y sobre tu misma nuca empezaría a decirte: "Dime si me quieres, porque yo te quiero". Sí, sí, sí... Pero no te has aparecido. Y este poste alquitranado, y esta cadena de buey, me están jodiendo la espalda. Debo gritar más. Pasa una señora con un cochecito de niño. Lleva en él un armario entero de ropa y dos cómodas. Me mira a los ojos, y en sus ojos hay un mundo escondido que sólo enseña al amanecer, cuando todo el sufrimiento se le sale, de tanto preguntarse quién es a sí misma, de tanto contestarse que no lo sabe. La viejecita h...

SOBRE LO LEVE.

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  Muchas veces me quedo observando la sombra de las cosas, según avanza el sol. Es una costumbre antigua, casi involuntaria. Últimamente lo hago con una línea que proyecta el armario, hacia el mediodía, cuando la luz lateral del sol la dibuja con claridad. Esa sombra cruza la alfombra dejando a su paso una penumbra suave a ambos lados. No se trata de una línea exacta: es difusa, casi etérea. Muchas veces, antes de que alcance el borde de mi cama, ya me he quedado dormido. Cuando la contemplo, no pienso en nada. O al menos, eso creo. No sé si es posible no pensar en nada. Y al despertarme, ya no queda rastro de la luz ni de su geometría proyectada. Tampoco aquella forma persiste en mi memoria. Solo la vaga certeza de que algo ha pasado... y se ha ido sin dejar ningún tipo de senasción en el recuerdo… -***- A veces, cuando el aire está quieto y la luz entra de forma oblicua, el polvo se deja ver. No cae ni sube. Flota. Es como si el tiempo dudara entre avanzar o quedarse suspendido. ...

INOCENCIA.

  Te deshaces, no a veces —sabes que te deshaces— y lo anotas en un margen donde se escribe lo frecuente de los días. Te deshaces, y vas volviendo a la inocencia. ¿Qué he de decirte para que entiendas? Mañana serás un poco más inocente, aún. He de decirte que toda mi vida ha sido un presentimiento. Verdaderamente, nunca he tenido paz —te juro— que no podría juntar un solo momento sin esa sensación de incertidumbre. Pero, desde no sé qué mañana, fue esa sensación de retornar lentamente a la inocencia.