EL HOMBRE INCOMPLETO.

En Rabadas de San Juan, cuando el río Bedias se agita en primavera y las adelfas sudan un aroma que emborracha, Matías hunde su lengua, serpiente húmeda, bífida de deseo y rencor, en el delta salobre de Rosita. Allí, donde la piel se abre como una herida que nunca cicatriza, él se postra, sumiso "archimandrita" de un culto ajeno, y con la punta afilada de su verbo convertido en carne, busca el clítoris, ese núcleo palpitante con todo significado. No es caricia. Es una excavación arqueológica en busca del grito primordial. Él, armado solo de su falta, sabe que la verdad no está en la erección fallida de su micropene --realidad urbana de Matías es-- ese repliegue de carne dormida que nunca conoció la furia de la sangre, sino en esta humedad que brota al ritmo de sus blasfemias lamidas. Sabe escuchar el pulso bajo el capuchón, el primer derrame de néctar ácido que anega su barbilla, una revelación que huele a cobre y a almizcle. Guarda en la boca la sal y el ardor, como quien ...