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EL HOMBRE INCOMPLETO.

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  En Rabadas de San Juan, cuando el río Bedias se agita en primavera y las adelfas sudan un aroma que emborracha, Matías hunde su lengua, serpiente húmeda, bífida de deseo y rencor, en el delta salobre de Rosita. Allí, donde la piel se abre como una herida que nunca cicatriza, él se postra, sumiso "archimandrita" de un culto ajeno, y con la punta afilada de su verbo convertido en carne, busca el clítoris, ese núcleo palpitante con todo significado. No es caricia. Es una excavación arqueológica en busca del grito primordial. Él, armado solo de su falta, sabe que la verdad no está en la erección fallida de su micropene --realidad urbana de Matías es-- ese repliegue de carne dormida que nunca conoció la furia de la sangre, sino en esta humedad que brota al ritmo de sus blasfemias lamidas. Sabe escuchar el pulso bajo el capuchón, el primer derrame de néctar ácido que anega su barbilla, una revelación que huele a cobre y a almizcle. Guarda en la boca la sal y el ardor, como quien ...

LA LITURGIA DEL BUCLE.

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  La vaguada del pueblo Wenceslao Fernández Flórez despertó aquel mes de junio como si hubiera decidido repetirse otra mañana idéntica, con las sombras de los aleros cayendo proyectadas en direcciones extrañamente equivocadas. Demián Benet Sender se levantó con el paladar reseco, ese sabor metálico de un sueño recurrente que dejaba un poso pastoso en su boca, una pesadilla geométrica de la que emergía sudoroso y con una única necesidad imperiosa: ir a la farmacia de los Baroja, situada en los Arreboles, al fondo del pueblo. Desayunó como un autómata sus cereales de copos de maíz con leche —siempre los mismos— y se vistió con su camisa a cuadros, que formaban un laberinto enlosado. Fuera, el silencio no era la ausencia de ruido, sino una cualidad del caluroso aire que hacía el espacio del entorno denso y opresivo. El pueblo le parecía que olía a pan, o quizás era su memoria recurrente. Caminaba entre paredes de cal recién blanqueada y el sombreado azul del cielo. Era un laberinto de...

TÓTEM BINARIO.

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  En el principio no hubo palabra, sino silencio dividido en dos latidos: uno que encendía la chispa, cero que guardaba el reposo. Entre ellos nació el río de la lógica, el cántico oculto de la máquina, la respiración ordenada del cosmos que se repite, incansable, como plegaria digital. Oh, tótem de dígitos eternos, en ti se cifra el destino de los hombres, la memoria de sus cantos, la geometría de sus sueños. Uno y cero, padres de la exactitud, custodios del lenguaje secreto, tus sombras sostienen el templo donde lo humano y lo numérico se miran frente a frente. Y así, en tu altar binario, se levantan redes invisibles, tramas de luz y verdad donde cada bit es semilla y cada algoritmo, profecía.

1*AMO-R*0

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  la red se hace noche y tus manos son puerto; unos y ceros se desnudán en la boca del silencio ahí, donde el frío del bit encuentra la carne, la chispa es un latido: un beso eléctrico, húmedo, antiguo. miles de millones dialogan —algoritmos y saliva— y el mundo se compone de pulsos que se llaman amor arriesgar el latido es abrir una ventana; puede entrar lluvia, puede entrar luz quien cierra todas las ventanas vive seco, pero no sabe del olor de la lluvia ni del pulso que incendia unos y ceros se desnudan sienten, ya tienen alma ya empiezan a sufrir.

HOLOGRAMA.

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No es que me sobre el ánimo para enfurecerme, pero te recuerdo con tal intensidad que me agoto solo de pensarlo. Y de pronto, se materializa tu presencia, un holograma pálido y cruel que se superpone a la realidad. Antes de siquiera levantarme, estiro el brazo a lo largo de la frialdad de las sábanas. No abarco nada. Es como abrazar un bloque de hielo; la piel se me queda blanca, marcada por el vacío. Los lunes, uno tarda una eternidad en conectar el piloto automático. Ya no recuerdo cuándo fueron los últimos gritos. Lo que perdura es la memoria del último polvo, ese con sabor. Me invade la sensación de haberme aferrado a ti como si me fuera la vida en ello, boqueando como un pez fuera del agua. Los coitos interruptus te llenan de una angustia visceral, te hacen sentir tan sucio como si hubieras cometido un asesinato. Y otras veces… otras veces la fundita se rompía. Y claro. Un día tras otro, la tensión fue acumulándose como plomo en las venas. Besar tu piel con ansia era riesgo de emb...

Hazañas bélicas: 2008- BATERIE TODT.

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  Escribo este cuento en todos los tiempos verbales posibles, porque es una descripción de sensaciones sensoriales, y como tal son de una atemporalidad que las palabras apenas pueden evocar. Allí casi no quedaban veteranos, solo soldados muy jóvenes, con la memoria del miedo recién aprendida. Yo, en aquel entonces, tenía poco más de diecisiete años, una edad en la que el futuro y el pasado se funden en el presente, tan frágil como el humo y tan eterno como la sangre. La noche en la casamata era un pozo de humedad y sombras. El aire viciado olía a hierro oxidado, sudor rancio y ese poso perpetuo de pólvora que jamás se disipaba. En las literas, los hombres respiraban con un murmullo uniforme, un rebaño dormido en el establo hecho de hormigón con paredes de tres metros de espesor para soportar la guerra. Ernst, hijo de un alfarero de Neustadt, permanecía despierto, encogido bajo la manta áspera. El frío le mordía las manos, pero no era el frío lo que lo mantenía insomne, sino el bell...

NUBELIA Y LOS GATOS.

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En el mundo del pueblo de  Nubelia del Marqués de Abajo, se tenía muy claro que todos los gatos volaban. Te lo digo de forma tan escueta porque es un hecho tan evidente como que el agua de la lluvia moja. Los aldeanos están acostumbrados a verlos despegar desde los tejados, planear entre campanarios, posarse sobre las tejas marrones de los altillos y aleros, y dormir suspendidos sobre las ramas más altas de los chopos como diminutas nubes de terciopelo. --La regla en el pueblo era corta y concisa: “Si el animal es gato, vuela.” Un día nació Luna, una gata blanca con ojos de jade muy hermosos. Desde pequeños, los demás felinos se elevaban unos días después de abrir los ojos. Ella, en cambio, se quedaba en el suelo, jugando entre las margaritas y arrimando pequeños guijarros blancos de cuarzo   con sus pequeñas patitas.  Todo eso que os cuento, originó un problema existencial y de identidad muy importante. Lo que origino que en la aldea se empezase a notar mucha inquie...

RESEÑA:Gilberto Noriega Vargas y los pistachos.

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  Aquella mañana del 10 de septiembre de 2003, el frío en el Condado de Fremont, Colorado, era un cuchillo afilado por las altas cumbres de las Montañas Rocosas. Desde allí descendía  una brisa implacable y helada que barría el largo y profundo valle, donde se alzaba, como un mausoleo moderno, la prisión federal ADX de Florence. La leyenda urbana —y la oficial— aseguraba que de allí nadie se había fugado jamás; no porque fuera imposible, sino porque quien vislumbraba su interior comprendía que la fuga física era un espejismo vano ante la jaula mental que imponía. Antón, «el Peixelo», esperaba dentro de un taxi con el motor al ralentí, empañando los vidrios con su aliento nervioso. Aguardaba a su hermano, Gilberto, a la hora convenida de su excarcelación: las once en punto de la mañana, frente a la puerta principal acristalada y la fachada de ladrillo marrón que parecía absorber toda la luz del mundo. A las once y treinta y ocho de aquel miércoles, la puerta se abrió para escup...