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NALEDI.

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  El Homo sapiens es el animal que se quedó a medio hacer. Sin garras, sin piel gruesa, lento en la llanura. La noche no era su amiga, el bosque lo acechaba, la inmensidad del cielo estrellado lo empequeñecía hasta la insignificancia. La agarofobia. Miedo al campo abierto, a lo demasiado grande, a lo que no tiene paredes. Y el universo entero es el espacio abierto definitivo. Todas nuestras grandiosas ceremonias, nuestros dioses altísimos, nuestras pirámides que arañan el cielo, nuestras catedrales que simulan bosques de piedra... no son más que la cháchara compulsiva de un acojonado. Es el mono desnudo, gritándole a la oscuridad para asegurarse de que su voz aún produce eco. Para construir, con sonidos y piedras, una cabaña mental donde esconderse del viento cósmico. El Homo naledi, en su silencio fósil, lo entendió. Nosotros, los sapiens, somos los locos. Los que, aterrorizados por el silencio, inventamos el ruido. Los que, aterrados por la vastedad, inventamos el rincón. Los que...

ESPALDA.

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  He medido sus proporciones en todo lo que podría suceder, en lo que no ha sucedido y en lo que, quizá, nunca sabré si sucederá. Su espalda —un plano exhausto por el tiempo— parecía hecha de la materia de los días secos, de la geometría del límite. Cuanto más la besaba, más me era imposible distinguir el deseo del recuerdo de desearla. Pensaba en todo lo que me apetecía, en cómo acercarla más, no solo a mi boca, sino a la idea de mi boca. Por si acaso esta vez — la última, o la primera disfrazada— había calculado mal las medidas de su alma, y el error era, en realidad, la única forma humana de medir la dimensión de los recuerdos.

PRODIGIO MARIANO

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Romualdo Ardura Aguirreituriagorza fue maestro de escuela en Espesura del Infantado, un pueblo tranquilo,somnoliento, en la comarca de Miranda del Ebro, en ese lugar donde la meseta castellana comienza a plegarse en los umbrales del País Vasco. No era un maestro cualquiera; Romualdo era un espíritu inquieto, un hombre cuyo horizonte mental se extendía mucho más allá de los muros encalados de la escuela y de las páginas amarillentas de los catecismos. Su verdadera devoción no estaba en los santorales, sino en los insondables misterios de la Física General, que exploraba con una profundidad inusual para su tiempo y lugar. A sus alumnos, entre el tufo a tiza y la memorización mecánica de las tablas de multiplicar, les desplegaba, con esquemas coloreados y rompecabezas de cartón, el arcano y terrible secreto de la fisión nuclear. Aquello era un anatema en una enseñanza primaria empeñada en doblegar el entendimiento ante el dogma, una herejía silenciosa contra un régimen que prefería héroes...

MI DORITA LA SUPERMASIVA.

  Se volvió supermasiva mi Dorita. Llevamos años viéndonos en cada esquina de la mesa. A pesar de las onomásticas transcurridas. Tan densa de ternura y de misterio, que el espacio entre nosotros se curvó hasta hacerme caer en su mirada. No hubo velocidad de escape, ni luz, ni pensamiento que pudiera huir. Su voz —como una supernova lenta— me quemó los miedos hasta el núcleo. Crucé su horizonte de sucesos sin querer regresar. En su centro, donde el tiempo no pasa, sigo girando, enamorado, como el primer día. Allí el amor no pesa: se comprime en la eternidad. Os digo que adoro a mi Dorita la supermasiva. Aunque me valga la existencia. Se muy bien que nunca saldré de su agujero negro.

DESAZÓN.

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                                                                    El Principio de la Incertidumbre también se aplica al Alma. No hay observador neutro en el espíritu. Cuando uno intenta medir su tristeza, la tristeza cambia de lugar. Cuando uno busca el origen del vacío, el vacío se disfraza de pregunta. El alma humana, como el electrón, no habita un punto, sino una nube de probabilidades. A veces vibra cerca del amor, otras se escapa hacia la frontera del miedo. El pensamiento recursivo se mira a sí mismo y, al hacerlo, se descompone en infinitas versiones de sí. No hay certeza posible en ese laberinto; solo la danza del quizá. El cosmos y la mente son dos espejos enfrentados, y en su reflejo interminable se borran los contornos del yo. Lo que llamamos “yo” no es más que la interferencia entre lo que fuimos y lo ...

ASTEROIDE.

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Sobre las cinco de la mañana, el temblor me recorrió como un calambre seco. Di la vuelta en la cama y me encontré con la espalda de mi Panchita, inmóvil, supuse sus ojos abiertos clavados en la pared. Le acomodé las piernas en la posición de la cucharita, abordándola por  por detrás, un acto mecánico, un rito vacío muchas veces repetido. Fue entonces cuando la mente, traicionera, me empezó a escupir imágenes: el vencimiento del seguro, el peso de plomo de la hipoteca, la cara de la abuela, sus ojos vacíos y perdidos, pálida y triste en el balcón de las Adoratrices. Todo mi cuerpo se rindió, se volvió flácido y débil. Panchita me apartó con una coz precisa. —Saca esa puta mierda de de pellejo de ahí, socabrón, y deja de temblar —. Mientras oía su voz, el sonido llegó desde la calle: el desbarajuste de vidrios rotos en el contenedor de residuos. Me di la vuelta, boca arriba. En el techo, las cuatro rayas de luz blanca de la persiana se dibujaban, paralelas, eternamente condenadas a n...

SOMOS ONDAS.

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  No somos piedra ni carne ni tiempo, sino el eco de una vibración antigua. Antes de que hubiera ojos para ver o bocas para pronunciar, ya temblaba la energía en el silencio primordial, una onda pura que, al expandirse, se soñó a sí misma en forma de galaxia, estrella y pensamiento. Cada átomo de nuestro cuerpo fue una vez luz, luego polvo estelar, y después molécula que aprendió a latir con ritmo propio. Ahora esas ondas, organizadas con delicadeza, se miran al espejo y se reconocen: yo soy esa vibración que siente . No hay bordes ni principio. La vida es una interferencia pasajera, una sinfonía en la que cada nota dura lo que un parpadeo cósmico, pero su resonancia —su esencia— no muere: solo cambia de frecuencia, solo se dispersa en el tejido inmenso del espacio-tiempo. Somos el canto de un universo que vibra, ondas conscientes del mar que las mece, fugaces y eternas al mismo tiempo.

EL CAPADOR.

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  Benancio Apaiña Sueiras, natural del Fornelo, con una casa  al lado de la comarcal que baja hasta Lugo, cerca de la iglesia de Xoan Alto, que tiene cuatro pilares para el cabanon del pollo, y dos campanas medianas para tocar a muerto, al que dicen que le cayó un rayo y quedó una campana milagrosa derretida en forma de corazón de la Virgen Santísima. También decían que esta iglesia era de parada obligada para la Santa Compaña, que de la cubierta de bigas y cerchas de madera alguno se ahorcaba para demostración de que seguía vivo al aflojarse la corredera por sí mismo, bajarse, y seguir camino. -- Muchos feligreses los vieron ir avantando al camino--. Por marzo casi vencido, Apaiña empezaba la ronda. Salía con el atadillo de badana de Duernas e iba de pueblo en pueblo por Chamoso, San Pedro, Quintas, Lousada, San Martin, y todos los que había entre Fornos y Cainzo, y alguno más que se me queda. De noviembre a Febrero Apaiña hacía el recorrido inverso, esta vez de matarife con ...