FELPUDO.
Briseida se me dispuso aquella tarde de sábado de primeros de noviembre según lo convenido, las piernas abiertas hacía los lados, las palmas de los pies desnudos sobre el cubre cama, la almohada sobre su nuca, los ojos perdidos hacía el techo adivinando formas extrañas, según me decía. He de decir que su coño estaba poblado, tupido de un rizado negro bajo el que no se adivinaba nada, lo que los argonautas de lo "riojoso" llaman a esa parte el vellocino de oro. o felpudo, como si de un restriega zapatos se tratase. Yo en mi ritmo soy lento, digamos que mi protocolo es de pausar las partes, para que cada parte sea diferente. Históricamente con mi Briseida siempre necesario. Así que me aproximé en el inicio con aquellos besos por sus blancas pantorrillas, arrastrando mi lengua a veces, haciendo como fractales en festón, sobre su suave piel. Imposible llegar de repente e intentar descubrir aquel manjar, que el Sumo Hacedor había sembrado de unos rizados permanentes, a veces de