ABDUCIDOS













Aún es muy temprano y hora mismo voy camino de la sierra, por una senda de madereros. Hay árboles frondosos a ambos lados, robles y abedules en su mayoría. El suelo está mullido por las primeras hojas del otoño. Es un día claro con nubes altas muy diluidas. Delante de mi va Castor, mi perro, jaleado por los ruidos que presiente, de zorzales, mirlos, perdices, y algún zorro que nos vigila en la distancia. Este camino por el que voy se llama Senda de Cortines. Es muy solitario. Antiguamente había colmenas resguardadas de los osos por altas edificaciones circulares de piedra. Acabo de pasar el Cortin de Chozas que está en una zona amplia y despejada. Y ahora sólo siento el ruido de las hojas que desplazan mis pies. Castor se ha puesto a mi lado, parece asustado. Hay un silencio extrañamente repentino, no vuela ni un pájaro, no pian los gorriones, no gragean ni cuervos ni gavilanes. Desde hace un instante, sobre la vertical me envuelve un halo violeta con raras tonalidades rojizas. Apenas puedo ver los empedrados del cortin. Tampoco los árboles. He empezado a levitar suavemente impulsado por una fuerza vertical. Estoy en un túnel cilíndrico, y puedo ver como me acerco a una boca de color amarillento que me abduce. Castor va a mi lado y tiene las orejas gachas.

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