DEMONIO




Al levantarme siempre hago el gesto habitual de mirar por la ventana, subo dos palmos la persiana y retiro suavemente los visillos. Siempre aparece ante mí aquel banco solitario, al lado de un viejo olmo con el tallo lleno de tatuajes. Hoy he repetido el gesto, y una luz mortecina invadió la habitación despejando las sombras. Cuando mis ojos se adaptaron, lo vi allí sentado, con su rabo corvo, disimulado bajo un gabán oscuro, y sus cuernos mal adaptados a un sombrero borsalino que le caía hacían un lado. Miré brevemente su espalda y noté cómo volteaba la cabeza. Aprecié sus ojos enrojecidos y brillantes, mientras levantaba su mano para gesticularme levemente. Poco más pude hacer que vestirme. Mi voluntad estaba contrariada. Bajé. Salí a la acera y me tendió su mano. Sentí su palma fría y húmeda que me guiaba calle abajo. En este momento lo llevo a mi lado sin causar expectación por su rara vestimenta.
No sé a dónde me lleva, ni cómo acabará mi día.

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