ALTAR


La estancia era diáfana como si hubiera estado preparada para recibirme. No hacía ni frió ni calor entre aquellas paredes altas llenas de rosetones de colores. Había hileras de pilares cónicos que soportaban cúpulas repletas de alegorías cósmicas. El olor a incienso era fuerte y, los coros arrullaban el aire con cánticos indescriptibles. Caminaba por la nave central con las manos atadas a mi espalda, no había nadie a mi derecha ni a mi izquierda, al fondo estaba el altar. Me acerqué despacio, me quedé unos instantes delante de imágenes policromadas y, luego me arrodillé delante de un tarugo de madera, apoyando mi cabeza.
Aún tuve que esperar largo tiempo la llegada del verdugo.

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