PASILLO


Siempre pensé que eras tú.
La que volvías a tocar mi puerta.
Y eras tú.
La que encontraba a eso de las seis de la mañana.
En el fondo del pasillo.
Caminando acompañada del insomnio.
Estaba tan acostumbrado a ti.
Sentir tus pasos era evitar la soledad.
Siempre pensé que eras.
La que dando la vuelta. Volvías a despertarme.
Como un suceso tantas veces repetido. Nimio y normal.
Y ahora que no hay esquinas. Y el pasillo está condenado.
Y que la claridad de la ventana es sólo mía. Y la penumbra.
Vuelvo a recordarte como algo de lo más usual que me ha pasado.
De lo más aburrido que imaginaba. De lo más intranscendente.
Recordar pensando que eres tú es morirse un poco. Echándote de menos.
Negar la evidencia que nunca estarás ya, detrás de la puerta.
Negar que nunca me hablaras de las cosas que pasan.
Negar que no vuelvas a llamarme por mi nombre.
Negar que te escuchara sin oírte. Echándote de más.
Siempre pensé que eras tú la que hacías ruido.
Ahora no hay otros sonidos. La soledad no los contempla.
Al final de ese asqueroso pasillo condenado.
Y no eras tú.
Empiezo angustiosamente a darme cuenta.

Comentarios

nalbaq ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
nalbaq ha dicho que…
No hay soledad más sola, que la que siente uno cuando está perdidamente sólo, abandonado incluso de lo imaginado.
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Noe Dominguez ha dicho que…
Es bueno, Kenit, muy bueno. Quizá, la peor de las soledades es la que se presiente, la que se huele en el ambiente que precede al inminente adiós.
Un beso.

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