CEREZOS

La autopista no se parará nunca. Ya veo las máquinas allí al fondo, en la finca de Ubaldo, por encima de de la ribera de Soutos, y pronto estarán aquí. No tengo nada que objetar. Pagaron lo que pagaron, lo establecido según ellos, la mayoría se bajaron los pantalones antes de tiempo, y ahora ya están aquí con esas máquinas grandiosas pintadas de amarillo y los camiones con ruedas más altas que una persona. Cuando me levanto por la mañana, lo primero que hago es acercarme a la ventana para ver cuanto queda para que me arranquen los cerezales, las mimosas y la hilera de manzanos que daban sombra a la casa. A cuatro metros de la puerta de entrada irá una valla, y lo poco que me queda del otro lado lo tendré que ver desde la ventana, es una paradoja que tenga que hacer tres kilómetros para llegar a lo que antes sentía con mis dos manos estiradas. Casi se cogía la fruta así. No es broma. Así de cerca estaban las reinetas. Lo dije y lo prometo, esto acabará conmigo, y si no al tiempo. Algunas veces me dan ganas de coger la escopeta y no dejar ni uno. Pero ellos que culpa tienen, trabajan para vivir. A otros se la metería entre los cojones y de buena gana apretaría el gatillo. Qué más da todo. Quizás lo empiece a pensar. De todas formas ya no merece mucho seguir viviendo. Para qué. Pero antes seguro que me llevo alguno por delante.
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