PICADURA

El aguijón me había entrado por el deltoides, cruzado el músculo frontal del abdomen, y haciendo una extraña filigrana hacia adentro me había salido por el recto femoral. Lo extraño de todo esto es que el final había quedado fuera del hombro con forma de empuñadura. El caso es que, cuando me ponía un jersey o una camisa, andaba con aquel bulto sobre la parte de atrás del hombro izquierdo, y por el otro lado el principio del aguijón me asomaba en la zona del fémur, un poco más arriba de la rodilla derecha (esta parte siempre me agujereaba los pantalones cuando caminaba, lo que hacía que al dar el paso se me viese el calcetín de este pie). Tengo que decir, que sentía ligeros dolores cuando me doblaba en la oficina, después de estar un tiempo sentado; también me estorbaba para hacer el amor con mi mujer, no porque fuese doloroso, sino por el miedo que ella tenía de la parte del aguijón, perfectamente afilado, que me salía por la pierna; aunque yo no me cansaba de decirle que no era venenoso. Estuve así durante dos meses. Mi familia cercana, amigos, mis dos hijos, mi esposa, me insistían en la necesidad de quitarme aquel extraño aguijón. Así que acudí a Luis Gonzaga, un traumatólogo de renombre, (aunque los había que decían que aquel caso era claro de medicina interna, incluso otros despistados me recomendaron varios urólogos, una amiga me llegó a decir que era un caso claro de ginecología, en fin…), Gonzaga fue sincero en sus apreciaciones, me dijo que me iba a doler algo al extraerlo, debía de hacerlo sin anestesia, no sé por que extraños razonamientos médicos; esto último me dio algún escalofrío cuando se lo escuche. Me citó un jueves del mes de mayo de hace ahora unos seis meses. Cuando entré en su consulta me extrañó aquel raro artilugio, que más bien parecía de tortura medieval, era un trípode apoyado sobre el parquet, que casi llegaba al techo, del que colgaba al ras una roldana de doble reenvío, por la que pasaba una cuerda de pita blanca; en el centro del trípode había una camilla. Gonzaga me explicó con pocas palabras el método que iba a emplear, no hacía falta explicarlo mucho, físicamente estaba claro. Me tuve que desnudar, me puso sentado sobre la camilla con los pies colgando; Gonzaga retornó la cuerda de pita hacia atrás invirtiendo el giro de la roldana, hizo un nudo franciscano ,( muy bueno por su apriete en retenida al tiro), en la parte del aguijón que asomaba sobre mi hombro, y me preguntó si estaba preparado, le dije, adelante doctor; y empezó a tirar; al principio parecía que me levantaba a mi y al aguijón a la vez, por lo que pegó varios tirones fuertes, y sentí como se empezaba a deslizar por el interior de mi cuerpo, viendo al mismo tiempo como la roldana giraba, y la cuerda de pita se arrastraba llevando consigo al aguijón, hasta que estuvo completamente fuera. Cuando salió la punta afilada del principio, me dio un ligero respigo de dolor, pero tengo que decir, que para ser sin anestesia, el doctor Gonzaga era un mago de la traumatología: sólo unas gotas de sangre salieron de las dos heridas. Si habéis llegado leyendo hasta aquí, es que tenéis un aguante increíble, o que os gusta cualquier cosa mal escrita. Si habéis llegado hasta aquí, os preguntareis que "ser" fue el que me picó con aquel metro doscientos ochenta de aguijón, eso os lo contaré más adelante. Mientras tanto ir leyendo esto: Quien las espinas no siente, de aguijones no se cura.” (Refranero español). (En los días duros de esta perra vida, es conveniente tocarse el deltoide, por si llevamos a casa, aparte de soledad, un aguijón gigante)

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