UN ATARDECER MÁS.


Ahora que miro detrás de la ventana, mientras estoy acostado en la cama, veo la otra esquina del patio de luces, las otras ventanas igual que la mía con un leve rastro de luz amarillenta. Y al ver esta vista que no tiene nada, sólo lo que vislumbro de los seres humanos que están al otro lado, el lado de otros seres como yo que también quizás me pueden estar viendo. Ahora me apetece cerrar los ojos y viajar en el tiempo a otro atardecer cuando tenía ocho años tan sólo, y también estaba sobre mi pequeña cama detrás de una galería pintada de blanco, viendo la hilera de ventanales llenos de cristales perfectos, cuadriculados, dejando entrar toda aquella luz de la tarde. Y así, cerrados los ojos, ensoñándome, observo los ramajes del viejo olmo, con aquella rama larga que mi padre podaba todos los años, porque siempre quería meterse por la ventana. Y así, cerrados los ojos, oigo el guirigay de las golondrinas debajo de los aleros del tejado, y a mis dos hermanas corriendo y jugando con los perros por entre los pegollos del hórreo. Y así, cerrados los ojos, recuerdo en este camastro tan estrecho lo leve y simple que ha pasado todo este tiempo de mi vida, tan rápido, tan insólito. Mientras la noche va llegando más apresurada detrás de mi ventana de ahora, en este patio de luces con estos sonidos y estas claridades, esperando para dormirme un poco más temprano que de costumbre.

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