SIDRA ASTURIANA.


El vaso de sidra iba dando vueltas de mano en mano, cada uno dejaba unos posos en el fondo del vaso y los iba arrojando al suelo sobre el serrín. El bar tenía aquel olor ácido a manzana machacada. Mi psicosis es estrafalaria, y no me permite el más mínimo descuido, mis ojos llevaban un pormenorizado control sobre que zona del vaso no habían pasado los restos de sidra que teóricamente lo limpiaban, qué labios se habían posado sobre aquel borde cristalino sin haber cumplido el ritual.El contagio podía estar en cualquier parte del fino hilo transparente. Yo lo sabía.

En un descuido percibí que algo había entrado en mí. La escasa pulcritud y el orden anárquico de estas ceremonias me había causado una mala pasada, de repente había perdido el control del orden dentro de aquella ruleta amigable, y mis labios se posaron en la parte inadecuada en donde había una marca de labios casi indeleble.
Aquel cabrón me dio el vaso de sidra por la zona donde los posos no habían limpiado el borde al arrojarlos sobre el serrín. Le miré a los ojos con ira angustiosa. Presentía que toda su historia colectiva estaba en aquel borde. Cuando digo esto ya había visto pasar kilómetros y kilómetros de su adn a través de mi boca. Cuando salí de allí eran las ocho de la tarde y aún seguían pasando, los presentía, presentía aquella hélice rozando mi garganta:adeninas, citosinas, guaninas, uracilos, timinas… entrecruzadas, con un sabor azucarado. Una vez que se te mete el adn de otro no te creas que se rompe tan fácil la cadena, una vez que se te mete toda aquella hélice infinita, no sé que pasa en tú interior, algo se trasforma, porque ya estás infectado.
Aquel cabron con los labios abultados como si se inyectara botox era Romeral, el marido de la antipática Marisa, algo anoréxica, aunque comía más que una lima del catorce, entre los dos no dejaban un pincho de tortilla dentro de la rueda, siempre vaciaban el plato en una revuelta insaciable.
Pero cuando el adn de otro te pasa, parte de su historia ya es tuya, yo lo sabía, mi angustia me estaba paralizando, cuando presentí que la última parte de la hélice asesina ya estaba dentro de mis células; lo supe, nada más que sentí aquella sensación de enamoramiento, de la que hasta hacía unos instantes era la mujer más repulsiva del mundo. No sé de que parte de mi interior empezó a surgir aquella apasionada sensación hacía ella. Sin duda, toda la historia de Romeral estaba en mí interior, y ahora comprendía, que Romeral estaba locamente enamorado de Marisa, porque yo, en estos precisos instantes empezaba a sentir esa misma sensación de arrobamiento que sólo pueden tener los enamorados por contagio.

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