DEDOS.


Empiezo a tener síntomas de la dichosa dehiscencia folicular y necesito que alguien me meta el dedo, y que perdure el dedo, y que me remuevan sigilosamente mucho tiempo metido allí. He sacado un capote inglés extraviado desde ayer, tirándolo por la ventana sobre el toldo de la cafetería las Pérgolas. Mi marido, aparte de inofensivo, es un olvidadizo. Añil el día; (él) todo el día fuera, es como si tuviera ansiedad y sólo veo dedos. Tengo muchas horas por delante para abrirme el corazón y las piernas.

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