ES PARA ELLA POR SI ALGUNA VEZ QUIERE VOLVER.

Yo no creo que los santos lloren, pero una vez vi a una mujer llorar lágrimas de sangre antes de ser Santa.

No distinguía bien lo que sucedía delante de mí, me desplazaba y los demás se desplazaban. Veía a la imagen bambolearse por pasos indecisos a través de la pendiente y por un momento creí en el milagro.

Mi Señora de toda la vida era la Santa.

Sí, la que me hacía aquellas albondiguillas de redondez perfecta, manufacturadas a lo monja, apelmazadas con harina y un movimiento de sobaco. Ella, iba allí, y me miraba con la cabeza vuelta por un raro sortilegio, mientras por encima de mí había una nube azulada y un silencio que no estaba roto por la nada (la nada es muy ruidosa aunque parezca lo contrario).

Era una marianidad, y como tal había aves que no conocía, aves de colores hermosos y llamativos, que habían retornado de aquel paraiso primigenio. No gorriones, extrañas aves  revoloteando, gorjeando en círculos perfectos sobre su cabeza.

Luego estaba aquella luz que irradiaba, de aquel blanquecino rastro como si fuese desprendiéndose de su cabeza.

Mi Santa, la que bajaba todas las mañana a ultramarinos La Surtida, por la Plazuela de Argote.

Mi Santa, sacada en procesión por todas las calles del pueblo con cara adormecida y una corona dorada sobre sus sienes, llorando aquellas lágrimas, mirándome sólo a mi, el pecador de los pecadores, inepto follador -el rey de los pajilleros compulsivos, el conejillo que pataleaba y al final golpeaba la sábana con aquella mínima colita-

Recuerdo cuando tocaron en la aldaba de la puerta el cura y aquel grupo de mujeres, los sacristanes vestidos de tratante con blusa blanca, el cura armado de uniforme de cuaresma. Yo bajé abrir limpiándome los ojos. Subieron en tropel sin preguntar y la levantaron de la cama poniéndole la misma funda floreada que la tapaba del frío sobre su  cabeza. Iba de pie, en equlibrio, sobre las parihuelas, rodeada de pétalos blancos en forma de cáliz. Yo absorto. Nada que decir tuve .Nada que objetar en aquella huida a la clausura.

Mi Santa en procesión por la empinada cuesta de los Alisios.

Y ahora me doy cuenta, sí, tarde, ya tarde, que eras una Santa entre todas las Santas, la que me hacía aquellas albondiguillas al estilo monja, puñado sobre el sobaco y codo arrimado en movimiento peristáltico, dando vueltas y vueltas a lo catalina…, y bolita sacada del sobaco hasta la hirviente sartén… Y luego, en las noches oscuras, entre la luz tenue de las bombillas de los Alisios, me abría su piristilo y me hacía mecerme muy suavemente, a ritmo de maneta mete y saca, mientras notaba sobre mis ingles el ligero cosquilleo de una estampita arrugada de la Sagrada Concepción.

Porque todo era muy sagrada, yo zas zas zas, a ese ritmo furibundo de me corro como un cabron y que te den mucho por el culo Santita.

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