VOLVER A PENSAR.

Me vieron en la escalera mecánica subir por una y bajar por la otra. No una vez. Las veces que cogieron en dos horas. Nadie me dijo nada. Otras veces, la manzana que abarca mi calle tiene unos cuatrocientos metros, y le doy vueltas. Ocho o nueve. Nadie se entera. Ponerme en cualquier cola y cuando voy llegando a la ventanilla, media vuelta y me largo. Y eso que la cola quizás había sido de ochenta metros. Nadie me dijo: Estás chalado. Pues eso. Me siento en un banco al atardecer y me fijo en todo lo que se mueve. Lejano y cercano. No controlo gorriones ni vencejos. Insectos sí. Amas de casa. Niños jugando. Gente presurosa. Cuando la tarde se apaga aún estoy allí pensando que tengo que regresar. Subir a casa y volver a bajar como si se me olvidase algo. Eso muchas veces. Entrar a Casa Genaro y ponerme en la barra cuatro horas seguidas con un tanquito de vino. Y hacer que sorbo. Una pierna doblada. El codo. La mano sobre el codo. La mano sobre mi cara. He pasado por el detector d...