UNOS MINUTOS DE NADA.


Hace tres minutos que empezó a acabarse el mundo.
Es inaudito que yo no deje de pensar en ti. Pero eres tú en un sentido figurado, desconocida. Una vez te soñé. Era como tú.
Unas piernas torneadas, allí delante, obsesionado. Caído un vestido displicente, y de un lado la pierna al aire, y sobre la otra pierna, indistintamente te cruzas y descruzas.
Tengo ganas de hacerme una paja. Oler por allí. Salir a gatas. Oler por allí.
Y darme la vuelta.
Las salas de espera son el corredor de la muerte.
No te imaginas que luz más tenue entra. Revistas amontonadas de fauna y pesca. Cosas sobre la higiene bucal. Un árbol de Portugal retorcido como la verga de un perro. Y ahora la otra pierna dejando ver un hueco oscuro, entre las dos.
Me haría una paja delante de ti de buena gana.
Sacarme el capullo mientras te miro a los ojos.
Su cara no me importa. Quizás el cuello muy largo y una blusa desdeñada respirando, de vez en cuando, respirando sublimemente leve, despacio.
El mundo se ha acabado aquí. Voy a gatas por los desiertos salados del Uyumi.
No existe nada que no sea la soledad.
Deseo salir desde este lugar del mundo para ir a oler entre tus piernas, y seguir vivo.
No me ahuyentes.
Mi boca sobre tu coño es la chupona del bañal.
Ha sido una casualidad que el asteroide haya caído en el edificio de al lado.
Nos quedan (aún) unos minutos de nada.

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