TAN POCA COSA.



Llevaríamos tres horas caminando cuando se hizo el silencio, que era como un murmullo. Los pies iban uno detrás del otro, y avanzábamos despacio, que es avanzar, empujando nuestros carritos cargados de cosas que no deseo enumerar (ni sé si servían para algo). Me hablaba de que su corazón se agitaba, me decía: mi corazón es como si estuviera bailando una danza sin ritmo dentro de mi pecho, yo la consolaba, y a su vez le decía: el corazón es una bomba de impulsión (esto era físicamente cierto), y le cuesta más trabajo bombear hacía la cabeza que hacía los pies, y eso, le continuaba diciendo, que los pies se mueven mucho más que la cabeza, pero…, no la convencía, levantaba su mano, mímicamente, la abría y la cerraba pausadamente y de repente abría su mano con un gesto más desesperado, y me decía, mi corazón hace esto cada poco, como mi mano, no sé si te das cuenta. A todo esto (esto) tengo que decir que Ella y Yo estábamos huyendo de la ciudad por la carretera más recta que había. Si mirabas desde dentro de la ciudad hacía afuera, era una recta inmensa, que cuando volvías los ojos hacía atrás te impresionaba lo que habías caminado, la ciudad se iba diluyendo en el horizonte en un cúmulo de edificios, y dos rayas horizontales con un tono marrón de tierras labrantías a ambos lados. Huyendo, ¿no es exactamente huyendo? ¿O esto (esto) no es huir?
A Ella no la conocía del todo. Es decir, no huía del todo, no la conocía del todo, pero le hablaba cada vez más para conocerla mejor. Ella llevaba en su carro cachivaches femeninos, yo en mi carro con ruedas de una vieja bicicleta llevaba, más bien, cosas de guarecerse, su carro era un viejo cochecito de niño y le cogían menos cosas, lo que ocupa un niño, más o menos a lo largo y más o menos a lo ancho. Pues íbamos, así, huyendo de una ciudad a otra. Si vas de una ciudad a otra acabarás huyendo de las dos ciudades a la vez, y si no al tiempo. Le decía lo del corazón para darle ánimos, pero ella levantaba su mano derecha (que era la única que tenía libre), y comenzaba a gesticular abriéndola (su mano) pausadamente a veces, otras veces como si la mano gritase, muy abierta, y me decía, este es mi corazón, así es como da los vuelcos en mi pecho. Y yo le decía otra vez lo del corazón…: mira, el corazón es una bomba aspirante impelente… y así y así y así y esto y esto (esto).
Cuando miraba para atrás la ciudad era cada vez más diminuta, y me daba miedo de estar tan solos en medio de tanta inmensidad, y con su patatita dando tantos vuelcos.
-Por las noche muchas veces escucho mi corazón, y me  aterroriza  depender de tan poca cosa.

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