NI SIQUIERA EL MIEDO.


Io le decía a Zeus, ven y fóllame. En una pausa. Los domingos por la tarde.
Ocurría en octubre en el final de la tarde atardecida. En una pausa. Arropados contra el frío.
No hay nada más hermoso que follarse, incluso sin amor, follarse, las piernas abiertas, o las piernas sobre el cuello, o dándole golpecitos sobre su culo, a golpecitos como a un tambor sintetizado.
Por las tardes de octubre, cuando follas, sucede la metamorfosis, incluso de lado, incluso ella cabalgando, incluso ella posada como una mariposa, tan leve, como debe ser el inicio del final del mundo.
Dame pan de centeno, aceite de oliva y vino tinto en una tarde de domingo de octubre de frió de atardeceres blancos de aves diminutas que en el crepúsculo se posan como equilibristas sobre las hojas infinitesimales y amarillentas de los pinos.
Tú recuérdame.
Vendrá la muerte a buscarnos a rescatarnos, nos acurrucaremos en su manto huyendo de la miseria.
Ves a Júpiter como una estrella blanca cuando ya existe el púrpura.
Esperando el final.
Ámame aunque sea sin amor. Arrópame un domingo por la tarde.
Me huele tanto a ti que de verdad no me siento sólo.
Ni siquiera el miedo.

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