-CLIC,CLIC,CLIC.


-Clic clic clic .
-Es un sonido-
Medias de red, medias con costura y ese trocito de carne que queda hasta las bragas; medias caladas negras llenas de filigranas, algunas al estilo pantys repletas de vivos colores hasta la rajita; las medias térmicas no me gustan parecen sin señas de piel; ligueros voluptuosos que se enganchan en un precipicio circense a extravagantes medias medio auto sujetas que denotan el atrevimiento inmediato de otras manos; las medias antiembólicas, ni verlas, son el desastre de la irracionalidad y una foto perdida; las medias superxesis siempre llevan el encanto de una portadora juvenil y tienen algo de virginal en lo que esconden; los leotardos son de extrema necesidad y me imaginan el polvo del camionero que va a Lesaka a por un cargamento de piezas de motor de automóvil.
Podría relataros lo de las braguitas. Debajo braguitas de todos los colores, debajo de las medias, sobre las medias, sin medias; escondiendo el tarrito de miel, el cuenco de mermelada, el chotito, las insinuaciones de un rasurado reciente, o el poblado monte asilvestrado sobresaliendo por esquinas rizadas como leves insinuaciones de un bosque abandonado entre el desdén y el tiempo, transitado de pascua en ramos.

Me llamo Cesáreo Rendueles Beliehva, con sesenta años recién cumplidos, y tengo un trasnochado
Nokia cinco mil doscientos cincuenta  y además soy un puto cerdo. Desde hace dos años mi obsesión son las prendas íntimas de las mujeres. Aunque me atrae su desnudez, su desnudez no es mi lógica obsesiva. La desnudez total de una mujer esta exenta del ritual, y el ritual es imprescindible en mis ceremonias. Mi excitación es anormalmente extraña. Cuando veo una mujer en la calle, de las normales, no las celebrities de Vogue, Telva, Elle, Cosmopolitan, llenas de glamour mostrando sus primorosas intimidades. Quiero decir (que me refiero) a las prendas íntimas de una mujer que va a sus cosas, que tiene ese encanto de lo furtivo y de lo cotidiano. De cómo y cuándo se ha puesto sus braguitas por la mañana, si se ha duchado antes de ponerse sus braguitas por la mañana, si lleva rastros del amor, de cómo se ha puesto sus braguitas por la mañana: de pie, mirándose al espejo, de cómo han llegado sus braguitas al empeine de la ingle tapando su coñito, de cómo estaba su coñito cuando ha sido escondido por sus braguitas, si llevará tampax o no llevará tampax, si debajo de sus faldas existe esa mezcla de efluvios a perfume o a olor descuidado, si existe incluso la enfermedad más cruenta. Y luego las medias. Las medias tienen un encanto especial, las medias de las mujeres me sacan de quicio, me desbordan la imaginación hasta casi perder el control de mi mismo. Muchas veces pienso que tengo cierta capacidad para detectar las feromonas femeninas. Dame unas bragas recién usadas de una mujer y déjame olerlas durante unos leves segundos, te podré decir hasta su estado anímico.
Soy un olfateador, tengo esa facilidad de perro husmeador.

-En realidad no sé si estoy algo loco.
-En realidad no sé si tengo algo de maniaco.
-En realidad no sé si este vicio extraño podrá degenerar en situaciones incontroladas.
-En realidad no puedo reprimir esta necesidad que me impulsa, como una fuerza de origen desconocido.

Hoy tengo pensado hacerme la escalera mecánica del
Ikea, la del Pryca y la del Corte Inglés. Compré mi Nokia hace un año y medio y es discreto y de suave manipulación, nada que ver con mi anterior dos mil setecientos treinta, casi detectable cuando hacías clic y sonaba aquel arrastre como cuando recoges la puntita de un bolígrafo.
Este Nokia apenas hace ruido, te arrimas desapercibido a sus espaldas, lo bajas a la altura de su falda, y presionas levemente. Es suave en su manipulación y saca unas fotos de una nitidez extraordinaria.

Cuando manipulo mi
Nokia con esa parsimonia descuidada, agachándome ligeramente, vienen preguntas trascendentales a mi mente. Tengo claro que mis antepasados tuvieron que traspasarme estas manías. Y que si los Australopitecos proceden de las grandes praderas africanas me pregunto por qué no soy de raza negra, y sólo guardo esa atracción extraordinaria que tenía su descendiente el Homo Antecesor por lo de los olores, por esa primigenia capacidad de poder tocarse con el pulgar los dedos de las manos.
Vengo de una familia de homo sapiens con un largo historial de folladores al estilo perro. Mi abuelo Gabino, el abuelo de mi abuelo Gabino, el abuelo del abuelo (ponle cien mil abuelos hacía atrás), y así, hasta una generación que se perdería en la genealogía de los tiempos, quizás remontándonos hasta las sabanas africanas, donde este ejercicio ya se hacía al estilo cuadrúpedo en el sentido del sostén inercial de las acometidas. Sí. Con violentas aproximaciones para verles a las hembras el coño por atrás, oliéndolas desde el apoyo de las rodillas hacía arriba; metiéndoles las narices en su parte más intima para detectar ese aroma inconfundible, antes de penetrarlas a la fuerza y sin ningún respeto.
(Se dice envergar al quite, o al arrastre, con el inmovilismo de la hembra apresada por su cabellera:¡No te me muevas soguarrona!
Para follar a estilo perro lleno de fulgor hay que ser muy hombre y tener mucho aguante, la polla se te pierde totalmente en el abismo y tú verga roza y roza por donde la suavidad está repoblada de venitas palpitantes y torrentes de flujos con sabor a raras melazas y a ungüentos de ocles marinos.

En el nuevo edificio de hacienda han puesto una escalera mecánica muy inclinada hasta la segunda planta. Bajo los vestidos de las mujeres se encuentran los reportajes más voluptuosos y atrevidos. La escalera mecánica del nuevo edificio de hacienda te lleva directamente a la mesa de avisos y subastas, o a la información fiscal; y en la escalera de hacienda, si eres paciente y esperas en la planta baja, puedes inmortalizar ropa interior vestida con gran coraje y osadía, con ese punto de refinamiento, o, incluso, fotografiar también el más vulgar de los estilos.

Por la ropa interior que lleva una mujer se puede saber a dónde va o, sobre todo, de donde viene cuando existen simetrías descuidadas.

Era ancestrales en mi familia los olores. Mi padre follaba a mi madre y yo dormía a la espalda de mi padre. Mi padre violaba a mi madre y yo lloraba. No había términos medios. Mi madre aguantaba, yo veía su cara, así de abierta, las manos cogidas en las sábanas. Por parte de de la familia de mi padre ya dije que eran folladores a estilo perro, y por una extraña osadía grandes oledores, instintualmente algo
australopitecoides.

Encajes, ligueros anárquicos (
crossdressers legs) y angelados, pieles de látex, y esas esencias vaporosas adivinadas, lo no captado, olor fabril, gotas de perfume, olor del cuerpo, olores de menstruación, sonidos a Swarovskis hilados sobre finas y elásticas gomas de tanza que envuelven esbeltas pantorrillas llenándolas de magia. Olores de la vida. Algunas veces el clic es tan disimulado y perfecto que percibo una ligera esencia, que nunca he podido guardar como un recuerdo.
Llego a casa, y siento ese extraño nerviosismo. Lo inmediato es encender el ordenador, y esperar a que todas las fotos se vuelquen se descarguen. Esperar a que veinte o treinta fotos se archiven sobre el disco duro. Luego aquella emoción de visionarlas recostado sobre el sofá, mientras me acaricio en esta ceremonia silenciosa que no debería ser delito; creo que sólo soy un reportero de ciertos interiores, no me basta imaginarte cuando te veo por la calle con ese andar erguido, sugerente, con tú tarrito tan escondido.

El voyeur de móvil es un solitario. Un observador. No es un obseso sexual. No lo es.

Es un fotógrafo profesional de reportajes que con métodos escondidos, sigilosos, retrata los bajos de la vida femenina, y se ensueña, se apodera de un reflejo de intimidad, disimuladamente, en una playa repleta, en una escalera mecánica, en una escalera de esas que circunvalan todo en forma de caracol o en un quiebro brusco, y nos ascienden o descienden desde la cota cero hasta el abismo o desde la cota cero hasta el mismo azul del cielo.

Me llaman
Cesarito, llevo en el inconsciente ancestro la copulación a lo perro, desde cuevas inimaginables aún sin rastros del fuego. Presiento los olores, percibo los olores, asocio los olores a cada imagen que revivo. Y por la ventana de este pequeño saloncito entra una claridad de un día inanimado. Sombras geométricas que se dibujan entre el parket y el sofá como si fuera el altar de una extraña liturgia donde la luz del sol se mueve como dentro de una cueva ancestral. Revivo imágenes: encajes, transparencias, ligueros, braguitas negras a lo push up, sujetando hacía arriba la mínima prominencia de los labios mayores, laderas de un surco intermedio apetecible para morder acariciar, para hacerle el violento (paralizador) y prensil puñado, bodys negros a juego, luz casi inapreciable en esa hondonada de entrepierna a lo paso en falso, refinados unos, con desdén despreocupado otros, con una apreciable dejadez otros muchos.
Pasan una y otra vez las imágenes en un lento automatismo, mientras silenciosamente me acaricio, amándome, dentro de esta extraña y miserable cueva que sigue siendo el mundo.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Ay que gustito pa mis orejas cantaba Raimundo Amador, Me ha gustado tu post. Saludos, Manuel

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