APARECIDO.


No sé por qué aquella capa esponjosa y blanca había dado tanto de si. En el valle se depositaba la niebla, y mientras bajaba la veía como si fuera un mar de algodones blancos formando coletas y coletas entrecruzadas, tan lejos como podía otear, y tan espeso como un nevero. Cuando bajaba del Cordal, con el cabrito vivo sobre el cuello, las patas dadas vueltas por una cuerda de esparto, la niebla empezó a tener formas caprichosas: que si eran humos que subían en espiral, que si asemejaba a contornos de varal de hierba con el lomo deformado. El caso es que bajaba por un sendero resbalando por entre piedras finas y alosadas entre grijos de cuarzo, con el cabrito que había escogido para la costillada de San Fermín. No veía mucho donde posaba los pies, con cierto riesgo de pegarme un trompazo, ya que las manos las llevaba ocupadas sujetando las delanteras y traseras del cabrito. El sendero de las Raposas, si me lo ponen con los ojos tapados, lo hubiera bajado a carrerilla, pero aquella húmeda niebla no dejaba ver ni xestales, ni arbustos medianos, sólo  sentía los zarzales rozarme a la altura de las rodillas, dejándome mojados los pantalones de pana y algún rasguño que otro sobre la piel. Cuando ya llegaba a la cuesta del Texo, se acababa aquel vertiginoso descenso, pero seguía por allí sin verse nada de nada, ni tan siquiera los pies.
Aparecí en el camino principal, como flotando, cuando subían los dos hijos de Concha, el pequeño y el grande, y el mediano de Eulogio el maderero. Y aquella coincidencia con aquel ralo de azul y un remolino de aire, y la niebla como emergiendo entre aquellos dos dólmenes fantasmales clavados, que se veían al dar la curva según se subía. No sé cómo debió de ser todo aquello, tan inexplicable, que sin más ni más los vi allí arrodillados, y fue verlos y no verlos porque la niebla nos tapó de nuevo a mi cordero y a mi como si nos hubiéramos disuelto con una mágica coincidencia…; siendo desde aquel momento los aparecidos de la curva del Caxelo, allí donde se hizo corpóreo San Fermín Pascual…, porque yo me callé la boca, y nunca dije que era yo, un garrulo que surgió de una niebla tan tupida que parecía que ahogaba los pulmones, vísperas del Santo, de hace ahora unos cuarenta años.

Comentarios

Anita Noire ha dicho que…
Que bueno!!!!!!!!!! :)))))
Poma ha dicho que…
Si, mola mucho ¡¡¡

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