EJACULATION.
CASO PRODIGIOSO
OCURRIDO EN EL 2003. RELATADO EN PRIMERA PERSONA, O ASÍ.
Era un
gesto caritativo. Limpiaba mis comisuras con un paño lleno de restos
de aquella bazofia verdosa; verduras aplastadas, trituradas,
recalentadas hasta la saciedad. Una y otra vez la cuchara dando
vueltas pacientemente en el borde del plato, no sé aún por qué
dando tantas vueltas repleta de mejunje, si luego se paraba para
recoger un poco de aquel potaje sobre el inicio cóncavo de la
cuchara, y desde allí a mi boca haciéndome aquellos arrumacos como
si fuera un niño de dos años. Se doblaba ligeramente sobre mi, era
reclinarse lentamente y debajo del peto de su mandil blanco percibía
sus amplios pechos casi rozándome en la boca.
Por
donde mis omóplatos. Cruzando mis glúteos. Dos estrobos de nailon y
el sonido de la maquinita. La habitación blanca llena de neón
azulado. El sonido del motorcito eléctrico moviendo el brazo
elevador y yo como un bulto en una posición combada,
ligeramente arqueadas mis espaldas hasta reposar sobre la cama,
tapadas las sábanas con varias capas de plásticos puestos a
propósito para que no se absorbiese la humedad. Pensaba aún en esa
operación casi fabril como si esto fuera un almacén de ancianos
subdivididos y clasificados por plantas según su dependencia.
Pensaba
en cuánto tiempo había pasado para volver a ser como un niño
indefenso que volvía hacía la nada.
Algunas
veces tocando mi cara había sentido una calavera dibujada en tres
dimensione. Mis pómulos prominentes y las cavernas de los ojos, las
cejas como dos colinas, el mentón afilado, sobre los maxilares casi
marcados los escasos dientes que me quedaban, como abducida la piel
sobre lo que era la foto de la muerte. Me estaba quedando en los
mismos huesos por aquel síndrome inexplicable, aún no clasificado,
aún sin nombre, con la nomenclatura de andar por casa, puesta por el
endocrino, algo así como extraños ataques polucionales
agudos.
Llegaba
la noche tan agradable. Algunas veces la maniobra se alargaba
dependiendo de los arreglos del colchón. Otras veces un forzudo
enfermero me depositaba bruscamente, y la enfermera me tapaba con
aquella especie de ule y el cobertor. Quedaban mis ojos perdidos
sobre el techo uniforme, sin ninguna marca, sólo con una leve sombra
que no daba pie a imaginarse grotescos personajes. Sólo la luz tenue
y los sonidos habituales desde el largo pasillo con el trajinar del
tran tran de los carros de comida en el retorno de la recogida.
Luego el
sopor y los ojos cada vez más cerrados. Esa penumbra inicial que es
como el olvido, lo más cercano al inicio de la muerte. Me viene cada
tres días el mismo sueño desde el último marzo de ahora hace ocho
meses. La oblonga curvatura, la suave dermis que acaricia mi cara
como si fueran las manos de un ángel. Areolas que se posan en mi
boca, duros pezones que chupo apretando suavemente con mis encías.
Sorber rítmico, paladeo de restos de suero lechoso como si volviera
al origen de mi existencia cuando mi madre me ofrecía la teta
aplastada con su mano. Los sueños no tienen final, son de dimensión
lineal e infinita, voluminosos, voluptuosos, un universo dentro de
otro universo. Por mi espina dorsal se trasmiten sensaciones lúbricas
y un impulso extraño y familiar. La verga de un viejo curvada y dura
como el mismo corindón, inflamada, vibrando igual que si fuera un
adolescente. Siento una inicial secreción y los tres estados de la
eyaculación en uno durante un tiempo que no puedo evaluar. Podría
decir cinco minutos o seis minutos (de sublime placer), con aquel
chorro continuado a mas de cuarenta metros por segundo, mojándolo
todo, rebotando sobre los plásticos que me rodean, sintiendo la
pegajosa y cálida sensación sobre mis raquíticas piernas, más de
quinientos centímetros cúbicos de semen con una densidad
poblacional de noventa y ocho millones de espermatozoides por cada
mililitro cubicado.
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