CIRCUNCISIÓN.






Un acto salvaje puedes no olvidarlo nunca. Los gritos que se dan en soledad resuenan en el olvido. A veces regresa esa voz como un leve siseo en el recuerdo.

A mi el frenillo me lo quitó Rosa de la Escrita, en la vaguada del Cagarrón, un miércoles a las doce de la mañana, por Noviembre, con el pajar lleno de hierba seca como el azafrán que olía a hierba seca, muy seca, con ese olor que debes imaginarte de la hierba seca, a manzanas diría que era. Le dio la venada de la calentura y yo con dieciseis años andaba todos los días cascándomela, me la cascaba a todas horas. Aquello era un valle muy solitario lleno de vacas cabañesas sueltas, a veces bajaban perros asilverados que aullaban como lobos. Cuando se me tiró encima asomaba la Suca y la Ratina con un badajo pilón, husmeando por un portalón de roble y entraba una luz muy clara, y era como un resplandor mariano. La Rosa tenía un culo descomunal y unas tetas enormes, aunque el coño me pareció estrecho pero muy suave, nunca había parido, esbaraba, se bajó unas bragas que tenía de varias puestas, le olía el coño como a truchas asalmonadas muertas de varias semanas. Yo me la saqué como pude, la tenía dura como tronco de texo,y ella se dejó caer a lo bruto, en plan tajadera, y envaró de un quite sobón como un relámpago, muy trágico todo, su culo me apretó como dos sacos de patatas tempranas. Grité como un lobezno, y sangré como un cerdo. No te das ni idea lo que duele la circuncisión.

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