RADIO INVICTA.




Y al desván.
Se subían los muertos.
Entre el grano de centeno sus manos abiertas.

La antena de la radio era un hilo de cobre, la radio estaba tapada por un tapete blanco, la antena salía por la parte de atrás, iba hacía arriba, atravesaba las tablas del techo hasta el desván, por el desván de un lado al otro enroscado sobre una viga larguera carcomida, saliendo una punta simple de alambre entre el hueco de las losas de pizarra. Yo me imaginaba que por allí entraba todo lo mágicamente invisible.
A mi me constaba lo dicho por Charles Darwin sobre la selección natural. No había duda. Luego miraba a mi abuelo Paco, y a Carmina mi tía y no los reconocía dentro de una sucesión meditada, yo los metí siempre en el eslabón perdido.
El esperma del cruce con el Neardental era la vía láctea.
La otra posibilidad era la Panspermia, semen congelado caído sobre la sierra de la Bobia millones de lustros atrás.
Lo sencillo era creer en la anastasis, palomas blancas, el sumo hacedor ascendiendo con aquella luz extrañamente azulada.
En Epicuro se cagaron un día de tormenta de truenos que se nos llevó todo el maíz florido, arrastras la tierra fértil hasta el mismo cementerio donde asomaron fémures amenazantes.

Podríamos estar yendo todos de un pino a otro hasta la Silva, o al alto de Penouta, donde escarbaban el Wolfram para los cañones de Hitler.
Estabamos para el parte Nacional primero, luego el Internacional de la Pirenaica, la Radio España Independiente donde hablaba la Pasionaria al susurro suave en la casa del Zampo. El Zampo andaba como un gorila.
Comíamos castañas asadas que estallaban como bombas.
En la cocina aún olía a gasolina de aquel sorbo que agitó el inicio del fuego luego del volcán.
Leche de cabrón – que tienen leche si se la chupas-, con castañas doradas y nueces.
Mi padre que a veces era un hijo puta también estaba allí escuchando acojonado por si la guardia civil husmeaba por la senda del Suco. Borracho de vino blanco y metílico.
La noche en ese estado que perdía minutos de oscuridad cada día.
Fuera era Enero. Sobre un pino doncel la escarcha crepitaba rompiendo las agujas.
Habían llegado a Normandía los americanos. Por fin. Nosotros ya sabíamos lo del misterio de los judíos.

Qué tetas mas grandes tenía mi madre, como decirte esta herencia de chupeteo, de pie incluso, chupando las tetas de mi madre.
Succionar, absorberme hacía dentro. Desaparecer dentro de mi mismo.
Aquel calor en la cocina, poso lloroso sobre las ventanas.
El olor de su pecho a untaza de cerdo. 
Y su mano.
Que me acariciaba rozándome como los espinos de las moras.

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