NORA.
Cuando
llegué a Valdoncina, mi tía Nora me llamó Paquito como cuando
tenía seis años. Debajo del entrante del portón estaba mi hermana
Amancia y me lo dijo, no le hagas caso, ya no sabe ni cómo se llama
ella, muchas veces piensa que está aún en Valdevimbre, o en
Sahechores. Por las Lomas se veía la atardecida, yo recordaba
siempre aquella raya quebrada en forma de serrucho con todos los
colores cuando el sol se escondía, y extrañamente las primeras
golondrinas al final de Marzo. Siempre que iba era una ceremonia
subir al desván por dos quiebros de escalera de madera, allí olía
a cecina y chorizos y estaba todo revuelto lleno de trastos viejos,
montones de patatas y grano de trigo y de centeno. Me quedaba de pie
viendo la larguera de madera que lo sujetaba las dos pendientes del
tejado de losa con dos claraboyas de aireado por donde entraba una
extraña claridad en forma de tubo. Me quedaba de pie y cerraba los
ojos para escuchar aquel grito de Nora intentando levantar las
piernas, mientras el cuerpo colgado giraba lentamente para mirarme
tan extraño con aquellos ojos rojos. La voz de Nora me hace volver a
la realidad, la veo allí, con la cabeza asomada por la trampilla y
aquella mirada tan ausente, déjalo ya, tu padre nunca quiso vivir.
Ayer vino a verme a la huerta donde las camelias, baja por si te
quiere ver a ti.
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