PENSIÓN

 

 A veces parecía que me quedaba allí, en aquel espejo.

Llevaba tiempo con esa sensación de que algo iba a suceder. No es por nada, pero esa sensación la tuve aquí casi toda mi vida, encima del estómago. De todas formas había días que me olvidaba, pero al día siguiente volvía esa sensación.

Se lo dije el día anterior, ya sabes como se dice eso, estás cagado de miedo pero se lo dices, si vuelves a venir te descerrajo, así, con todas las palabras, y lo dices mirando de frente para imponerte, mirando de frente y manteniendo la vista sobre sus ojos, no hubo mucho más porque creo que tuvo miedo y se marchó.

Aparte del espejo con marco de rosetones, la dueña había puesto una litografía amarillenta de los bebedores de absenta, que ni siquiera sabría lo que era, ni cuántos años llevaría allí colgado. Yo había puesto a una china y una negra con las tetas al aire colgadas de la pared, a la negra se le veía un poco del coño por entre unas puntillitas, una decoración sencilla que a la dueña de la pensión le parecían mal, yo se lo comenté, si lo de la negra le parece mal me voy a otro agujero, creo que se lo dije dos veces. También había la clásica ventana sobre el lateral de la cama para que le diese la luz, y la mesita con un hule carcomido y su lamparita medio quemada.

Me pasaba la mayor parte del día tirado en la cama, boca arriba, o de lado mirando hacía la puerta por si fuera a abrirse de repente.
Era aquel miedo, aquella obsesión. A veces sobresaltos, de que algo iba a suceder de un momento a otro.

Aquella mañana sentí unos pasos suaves, muy leves, como si en vez de caminar alguien casi levitase desplazandose por el pasillo. Habían pasado dos días de cierta tranquilidad, pero de repente se abrió la puerta y allí estaba de nuevo con su cara furibunda, como para comerme con sus ojos reflejados sobre el espejo, con aquella respiración agotadora, igual que si le faltara el aire, o no hubiese suficiente en la habitación para los dos.
Sabes, le eché un par de cojones. Le dije, de aquí no sales, ya no sales nunca más, se lo dije sentándome en la cama mientras le apuntaba.

Solo recuerdo el fuerte golpe del disparo.
Aún te quedan unos instantes en que puedes verlo todo muy borroso, y la ingravidez, sientes como te vas inclinando suavemente para quedar en cuclillas sobre la cama hasta que todo se oscurece, lo otro es un leve y cálido rastro de sangre, y ese silencio para siempre en que ya nunca tendrás que esperar y nada sucederá.


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